Este artículo se publicó por primera vez en inglés en el periódico de la LRP Socialist Action, marzo 1980.


Irán, Afganistán: el imperialismo apoya la contrarrevolución

La guerra fría desatada en enero por la clase dominante norteamérica contra sus rivales rusos ha fortalecido a las fuerzas reaccionarias a través del mundo, mas notablemente en los eslabones mas débiles del sistema imperialista, los países donde se han desatado crisis revolucionarias. La situación revolucionaria mas volátil existe hoy día en Irán, la “republica islámica” creada por el ayatolá Khomeini no ha logrado consolidar un poder estatal firme que re-emplace el del Shah. Allí y en el vecino Afganistán el rol contrarrevolucionario de los superpoderes y los gobernantes locales que se recuestan sobre ellos se hacen claramente más visibles.

Los guerreros fríos atacan a los trabajadores

Hemos recalcado en nuestros artículos previos sobre la Guerra Fria (Socialist Action, enero y febrero, 1980) que imperialistas rivales han sido obligados a darle la espalda – alejándose de la “coexistencia pacifica” con el propósito de lograr tres metas primarias. Cada superpoder esta esperanzado en (1) fortalecer su influencia mundial a expensas de los otros superpoderes, (2) en fusionar sus propios aliados e dependencias en unos vínculos mas sólidos e estables con el dirigente del bloque, (3) en convencer a los trabajadores sobre la necesidad de sacrificar su estándares de vida en el “interés nacional”. La retórica de Guerra Fría de Carter podía haber sido inspirada por sus ambiciones electorales, por eso puede aumentar y disminuir. Pero en todo caso refleja la realidad subyacente y seguramente será la dirección que asuman los futuros eventos.

Durante la burbuja de prosperidad pos-Segunda Guerra Mundial, el imperialismo fue capaz de vivir con luchas de masas en las naciones coloniales e ex-coloniales siempre y cuando estuviesen atadas a direcciones nacionalistas. Con el tiempo, el nacionalismo burgués estaba destinado a adoptarse al imperialismo. Ahora, de frente a crecientes crisis del capitalismo y levantamientos masivos, las naciones neo-coloniales colapsan. A pesar de sus búsquedas de ventajas para si, los EE.UU. están de acuerdo sobre la necesidad de estabilizar todas las áreas donde las revoluciones rompen la tela de la “estabilidad” imperialista.

Khomeini se balancea entre las clases

Las maniobras imperialistas son mas obvias en Irán. Los trabajadores industriales que jugaron un papel importante en el derrocamiento del Shah todavía mantienen peligrosas ilusiones en que Khomeini es su campeón contra la explotación y la opresión imperialista.

Sin embargo, el capitalismo iraní (que Khomeini realmente representa) anda dando tropiezos. Una y una vez mas los ministros gubernamentales instalados para representar facciones de la burguesia han sido desenmascarados como agentes imperialistas y retirados de sus posiciones. Los ataques brutales que organizó el gobierno durante el verano contra los trabajadores, minorías nacionales, y la izquierda fueron resistidos con creciente éxito; los kurdos hasta derrotaron militarmente al régimen y obligaron a Khomeini a retirarse en desbandada. Durante meses recientes han surgido los consejos obreros (shoras) para recalcar la independencia de la clase trabajadora, aunque muchos de estos todavía retienen ilusiones en los portavoces religiosos pro-capitalistas.

Las maniobras entre el imperialismo norteamericano y varios seguidores de Khomeini se centran alrededor de los rehenes capturados en la embajada norteamericana en Teherán. Temprano en enero la administración Carter estaba preparada para imponerle severas sanciones económicas a Irán, pero la invasión rusa a Afganistán hizo posible una nueva alternativa: contacto con Khomeini para finalizar la crisis de los rehenes y desviar la hostilidad de Irán contra Moscú. Los EE.UU. una vez ayudó a armar a Khomeini contra los kurdos y está deseoso de hacerlo denuevo. Esta intención ha sido frustrada hasta ahora por el hecho de que fue el capitalismo norteamericano quien exploto a Irán durante décadas y mantuvo al sangriento Shah en el poder. Bajo condiciones revolucionarias la conciencia política de las masas se ha ampliado y no están preparadas para perdonar a los EE.UU.

El nuevo presidente de Irán, Abolhassan Bani-Sadr, fue electo por una gran mayoría en enero debido a su promesa de organizar una nueva economía revolucionaria. Sus planes eran utópicos y fraudulentos, ya que se construían alrededor del fortalecimiento del pequeño capitalismo (hasta con citas computerizadas del Coran medieval). Pero su economía izquierdizada le permitió apoyo de masas que él trató de utilizar para moderar las demandas militantes de los estudiantes que habían capturado a la embajada. Khomeini ha defendido la autoridad de Bani-Sadr sin confrontar a los militantes. El ayatolá realiza un desesperado juego de balance, entre la burguesia que desea relaciones pacificas e rentables con los EE.UU., y los trabajadores e campesinos que demandan que la revolución cumpla sus promesas de venganza contra el Shah, un fin al desempleo y una nueva vida para la gente.

La invasión rusa ayuda a la reacción

Durante un tiempo, el Departamento de Estado de EE.UU. se alardeo que Bani-Sadr era su hombre en Teherán. Más recientemente, sin embargo, los portavoces de Carter se han tornado crecientemente mas frustrados sobre la “impenetrabilidad” de la política en Irán. Las contradicciones genuinas en el rol de Khomeini se derivan de su posición bonapartista, buscando elevarse sobre la lucha de clases al mantener apoyo en cada una de las dos clases. Ahora ha tratado de resolver el problema de los rehenes al tirarselo al seno de la “Asamblea Consultiva Islámica” que será electa en marzo y abril. Esta maniobra permitirá un compromiso venidero con el imperialismo que será cargado a la “voluntad del pueblo” – o a lo mejor a Dios, si el pueblo todavía objeta.

Aparte de la victoria kurda, los eventos principales que obligaron al régimen de Khomeini a revivir su retórica anti-imperialista fueron el fortalecimiento de las shoras y la primera demostración masiva de campesinos en Teherán durante la revolución iraní. Esto se llevó acabo temprano en enero bajo las consignas “¡Muerte a Carter!”, “¡Tierra para los que la cultivan!” y “¡Unidad obrero-campesina!”.

El ataque ruso a Afganistán, por otro lado, ayudo a la burguesia iraní al colocarla en el mismo lado que Carter en apoyo a los reaccionarios islámicos afganos. Hasta ahora, el sentimiento anti-norteamericano en Irán ha prevenido al régimen de Khomeini de vincularse con sus co-pensadores islámicos. Temprano en febrero Bani-Sadr negó que Irán ayudara a los rebeldes afganos “debido a que primero estamos obligados a distinguir entre los grupos afganos que están aliados con los EE.UU. e Pakistán y aquellos que realmente luchan por la independencia de su país... La tarea no es fácil y toma tiempo”.

En Afganistán la contrarrevolución no se compone solamente de las guerrillas islámicas sino también del gobierno de Babrak Karmal impuesto por Moscú. Karmal llegó al poder jurándole lealtad al “sagrado Islam” y abriéndole su gobierno al régimen cuasi-monárquico reaccionario que había sido derrocado en la revolución de abril del 1978 (uno de sus nuevos ministros había sido ministro de comercio en el régimen pre-1978). Y Karmal, de igual modo se ha lanzado a parar la ola revolucionaria en Irán. Hizo un llamado de unidad a las “fuerzas islámicas anti-imperialistas”. Este llamado ya ha sido rechazado pero como quiera es significativo. El régimen Taraki-Amin que Karmal derroto mantenía una actitud opuesta hacia Khomeini. De acuerdo a la Intercontinental Press (18 febrero), “Cada mes el Kabul Times tiraba por lo menos un editorial condenando la ‘tirania e despotismo’ del ‘fanatico e reaccionario régimen de Irán, dirigido por Khomeini’“. Los revolucionarios nacionalistas burgueses de Afganistán daban una descripción mucha mas acertada de la republica islámica que muchos “marxistas” Occidentales.

La línea de Karmal es simplemente una reflexión de la de sus amos rusos. Ellos, como los imperialistas norteamericanos, deben trabajar para estabilizar a todo el Medio Oriente y al Suroeste Asiático. Esa región es económicamente crucial debido al petróleo, y todos los estados desde Arabia Saudita hasta Pakistán encaran crecientes batallas de clase y aun la amenaza de colapso debido a las luchas de las nacionalidades oprimidas.

Los rusos explotan a Afganistán

Los rusos quieren la estabilidad – especialmente en Irán y Afganistán, porque temen los efectos que los movimientos revolucionarios cerca de sus fronteras tendrán sobre las naciones asiáticas encarceladas dentro de la URSS, y porque han gozado de cómodas relaciones capitalistas durante años con todos los gobiernos que ha habido en ambos países, monarquías incluidas. De hecho, Moscú anunció en febrero que comenzará a explotar un segundo campo de gas natural en el norte de Afganistán desarrollado por técnicos soviéticos. La posibilidad de perder este campo a afganos pro-norteamericanos es indudablemente unas de las razones detrás de la invasión rusa. Otra razón es la deuda masiva acumulada de la “ayuda” rusa cuyos pagos Moscú quiere garantizar. Entre el 1954 y 1976, al URSS le presto $1,300 millones; los pagos anuales de la deuda del país ascenderán para el 1983 a $160 millones, de los cuales dos terceras partes se le pagaran a la URSS. Los términos precisos de los préstamos no son conocidos, pero es harto conocido que Rusia es financieramente austera con regimenes “amigos” de países atrasados que mantienen pocas relaciones con el Occidente.

Antes de Afganistán, Rusia pensaba aparentemente que mantenía un trato con los EE.UU. para salvaguardar sus esferas de intereses mutuas en el suroeste asiático: los norteamericanos no se quejaban mucho sobre la dominación rusa de Kabul, y Rusia ayudó a someter a la clase trabajadora de Irán (El pro-Moscú Partido Tudeh de Irán se alió primero con el Shah y luego ahora con Khomeini). Pero entonces Carter dio una media vuelta y denuncio a toda voz la invasión. Carter puede haber engañado a Brezhnev con el propósito de obtener ventajas tanto para su campaña y para el imperialismo norteamericano.

De cualquier manera, si los poderes imperialistas son amigos u hostiles uno al otro, ambos trabajan para aumentar la reacción islámica. Los regimenes abiertamente pro-imperialistas como el del Shah ya no son capaces de preservar el estado-nación neocolonial. Las revoluciones burguesas apoyadas por el estalinismo, como la de Taraki-Amin en Afganistán, no son capaces de mantener una nación. El nacionalismo islámico parece ser la única fuerza que sea capaz de interesar a las masas y tratar de preservar el poder capitalista.

Pero la revolución iraní ha puesto al proletariado al centro de los acontecimientos. Los trabajadores deberán aprender ahora que tienen que romper con Khomeini e los mulás y construir su propio partido revolucionario. Ese será el paso clave para defender a Irán y Afganistán del imperialismo y preparar el camino para la revolución socialista proletaria.