El siguiente artículo apareció en inglés en el número 77 de Proletarian Revolution (primavera 2006).
21 de Abril 2006
La mayor convocatoria de trabajadores en décadas está ocurriendo en los Estados Unidos. Esta primavera, gigantescas manifestaciones protestaron los malignos proyectos de ley contra los inmigrantes en el Congreso y demandaron la legalización de todos los inmigrantes. El 25 de marzo, las marchas reunieron a más de un millón de personas en Los Ángeles, cerca de medio millón en Chicago y Dallas, además de cientos de miles en otras varias ciudades. Solamente el 10 de abril, dos millones de personas marcharon en todo el país.
Los manifestantes eran inmigrantes, principalmente mexicanos y de otros países de Latinoamérica y del Caribe. Esto no es una casualidad: ellos sienten la fuerza que les dan sus enormes números y sus esenciales funciones dentro de la economía. También fueron influenciados por las grandes tradiciones de luchas obreras y antiimperialistas de Latinoamérica.
La inmensa protesta de los inmigrantes estuvo dirigida directamente contra el proyecto de ley Sensenbrenner HR 4437 en contra los trabajadores, aprobado por la Casa de Representantes de los Estados Unidos en diciembre, que consideraría como delincuentes a los 12 millones de trabajadores inmigrantes sin documentos en el país, y a todos los que los ayuden, y levantaría muros de 700 millas de largo a lo largo de la frontera con México. Las marchas fueron decisivas para que el Congreso retirara su apoyo a esa legislación de pesadilla.
Esta victoria parcial ya ha comenzado a afectar la conciencia de los oprimidos trabajadores inmigrantes. Éstos están aprendiendo una lección crucial: su propia fuerza. Como en los recientes levantamientos de trabajadores y estudiantes en Francia, las marchas en los Estados Unidos muestran que es posible rechazar los ataques de la clase gobernante.
En algunas ciudades, donde decenas de miles de trabajadores dejaron sus trabajos para ir a las marchas, el resultado fue el cierre de centenares de negocios que dependen de los trabajadores indocumentados. Para las protestas programadas para el 1o de Mayo, un número de organizaciones de inmigrantes están llamando a un “Gran Boicot Americano”, un día de “no al trabajo, no a la escuela, no a comprar o vender”. Algunos, incluyendo la Mexican American Political Association (MAPA), hasta están diciendo que esto es “un paro general”. En contra de esto, otros organizadores de las protestas, como Roger Mahony, el Cardenal de Los Ángeles, y sindicatos como el SEIU se oponen a esta acción por considerarla demasiado militante: ellos prefieren depender en el electoralismo y en mansos llamados a la clase gobernante. Nosotros decimos que es la valiente acción de masas la que ha impulsado la lucha hasta ahora y que sólo acciones de masas aún más atrevidas pueden ganar futuras victorias.
Sin embargo, hay verdaderos problemas con los llamados al boicot y a la huelga. Los boicots a las ventas sólo pueden lograr éxitos momentáneos, mientras que las huelgas generales dañan las ganancias de los capitalistas que controlan esta sociedad. Pero una huelga o un “boicot al trabajo” sin el respaldo de las organizaciones de las masas trabajadoras, en particular de los sindicatos, pide a los trabajadores más vulnerables que se arriesguen a represalias por parte de sus patrones. Los trabajadores inmigrantes tienen que presionar a sus líderes para que éstos demanden que sus sindicatos los defiendan con acciones de masas en los trabajos como también en las calles; todos los militantes sindicales deben luchar por esta solidaridad. Los trabajadores inmigrantes también tendrán que construir nuevas organizaciones, tanto en los trabajos como en sus comunidades, para hacer avanzar efectivamente su lucha.
A pesar de los deseos de los “patriotas” racistas a los que les gustaría excluir a todos los inmigrantes no blancos, los inmigrantes trabajadores, documentados e indocumentados, están aquí para quedarse y desempeñarán un papel en las próximas luchas de clases. Los “patriotas” pueden vociferar en contra del “oscurecimiento de América”, pero no podrán detenerlo. Al comienzo del Siglo 20, a sus antepasados políticos les hacía salir espuma por la boca los millones de trabajadores inmigrantes que llegaban a las ciudades industriales en crecimiento, y se quejaban amargamente del “ron, catolicismo y revolución” que se estaba apoderando del país. Ahora, ellos esperan que el racismo funcione mejor que las amenazas sobre el catolicismo y el comunismo.
El tamaño de las protestas fue inesperado, pero la rabia que ellas expresaron no debió ser una sorpresa. La mayoría de los inmigrantes vinieron a los Estados Unidos desesperados por la terrible pobreza en sus patrias, si bien aquí se enfrentan a trabajar sin descanso en trabajos miserables y salarios inhumanamente bajos. El capitalismo mundial, el capitalismo americano sobre todo, ha explotado y devastado tan completamente a las masas de esos países que ni siquiera las dificultades y la intolerancia de la vida en los Estados Unidos las ha podido mantener fuera de este país.
El imperialismo ha desangrado hasta la última gota a los países más pobres de África, de Asia y de Latinoamérica con políticas de “libre comercio” como la de NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte), el “reajuste de estructuras” del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y la privatización de las industrias nacionalizadas. Ha dejado a millones de trabajadores sin empleo y eliminado a millones de pequeños granjeros, convirtiéndolos en refugiados sin tierras. Los que fueron forzados a dejar sus tierras y familias tienen todo el derecho de buscar refugio y trabajo donde puedan encontrarlos, especialmente en países imperialistas como los Estados Unidos.
Los capitalistas de este país están contentos de importar trabajadores de esas tierras, ya que sin los papeles apropiados se ven forzados a trabajar por salarios miserables y sin beneficios y no se atreven a presentar quejas. A su vez, los capitalistas usan estos bajos salarios para bajar los estándares de vida del resto de la clase trabajadora. Los patrones también invierten en fábricas en los países que fueron colonias o semicolonias porque allí pueden pagar salarios mínimos, socavando aún más los salarios en este país.
Los capitalistas trataron que grupos de trabajadores se enfrentaran entre sí, compitiendo cada vez más salvajemente por los trabajos y salarios en baja, en una guerra de todos contra todos; blancos contra negros, latinos y trabajadores inmigrantes, y a éstos últimos contra todos. Los trabajadores de todos los países se ven forzados a competir entre sí para así forzar la baja de salarios en todas partes. La gente trabajadora sólo tiene dos opciones: o dejar que los patrones nos pongan a unos contra otros hasta que toquemos fondo, o unirnos y luchar por salarios decentes y beneficios para todos. Una lucha como ésta amenaza las ganancias de los capitalistas y en última instancia sólo puede triunfar derrocando a su sistema.
Mientras que los manifestantes se oponían abrumadoramente al proyecto de ley Sensenbrenner, el grueso de los líderes y la mayoría de los manifestantes apoyaban el proyecto de ley rival de McCain-Kennedy. Este proyecto de ley era favorecido porque abre un camino limitado hacia la legalidad de los inmigrantes indocumentados, siempre y cuando paguen grandes multas y sean obedientes; este proyecto de ley permitiría trabajar temporalmente como “trabajadores invitados” a cientos de miles en los Estados Unidos. Pero estos inmigrantes estarían como en libertad condicional, atados a un patrón y enfrentando la amenaza constante de despidos y deportaciones. Serían en realidad sirvientes de por vida, temiendo los riesgos de las huelgas, protestas o aun las declaraciones de los militantes. Es más, el proyecto de ley McCain-Kennedy, como el de Sensenbrenner, también significaría la expansión de la policía de inmigración (La Migra) y un endurecimiento de las operaciones de control de fronteras por los agentes federales, estatales y locales.
El liderazgo de las protestas ha estado en manos de la Iglesia Católica, los evangelistas y otros grupos religiosos, varios políticos del Partido Demócrata, grupos de defensa y servicios sociales al inmigrante liderados por la clase media y algunos sindicatos. La iglesia busca fortalecer su base entre los latinos, quienes constituyen hasta un cuarenta por ciento de sus feligreses. La iglesia, como institución, está íntimamente ligada a la clase explotadora capitalista y a su deseo de mano de obra barata. Los sindicatos fueron divididos. La AFL-CIO se opuso a ambos proyectos de ley pero ha desempeñado un pequeño papel en el movimiento. La SEIU, un sindicato con muchos miembros inmigrantes, y que fundó la federación rival Change to Win, está desempeñando un papel importante y se ha unido a la plataforma de McCain-Kennedy.
Un ala de la burguesía llama a una represión violenta y fomenta el racismo; la otra, incluyendo sus aliados dentro del movimiento, se dirige a los oprimidos con promesas de ciudadanía por buena conducta. Los representantes de la clase gobernante, tanto Demócratas como Republicanos, todos buscan desarrollar una reserva de trabajadores pobres y desesperados sometidos a la superexplotación. Ambas alas quieren mantener a los trabajadores inmigrantes bajo amenazas para mantenerlos bajo control y socavar los salarios y condiciones de trabajo de todos los trabajadores. También buscan meter cuñas entre los sectores de la clase trabajadora, diciendo a los trabajadores con salarios más bajos que los inmigrantes amenazan quitarles sus empleos.
La solución de la clase trabajadora es totalmente diferente. Incluye derechos completos e iguales para todos los trabajadores (ya sea que éstos decidan hacerse, o no, ciudadanos de los Estados Unidos), el fin de la discriminación racista y chovinista, el derecho democrático de vivir y trabajar libremente en el país que elijan, educación gratis y buena, atención médica y jubilaciones y un amplio programa de trabajos de obras públicas para crear empleos para todos. La inmensa necesidad de reconstruir luego del huracán Katrina es sólo el ejemplo más crudo de las condiciones de deterioro que existen en todas partes; esto demuestra que no hay una escasez de trabajos que es necesario hacer. Pero cuando las decisiones económicas se toman basándose en las ganancias, no se consideran las necesidades humanas. Solamente una sociedad revolucionaria dirigida por la clase trabajadora puede resolver la crisis.
La masa de manifestantes todavía no ve una alternativa a sus actuales líderes y sus programas. Las imágenes ampliamente difundidas de inmigrantes con banderas americanas fue un intento de enviar el mensaje de que ellos no son una amenaza y que merecen buen trato. Pero fue el desafío de la protesta y no el agitar de banderas o las súplicas, lo que hizo que Washington tomara nota. Las muchas banderas latinoamericanas y caribeñas que también se vieron tenían un carácter diferente. Eran una muestra de orgullo y un desafío al fanatismo y el chovinismo. Los líderes de clase media, acostumbrados a pedir dádivas a los políticos de la burguesía urgieron a que sólo se llevaran banderas de los Estados Unidos en el futuro, pero muchos de los manifestantes ignoraron este cobarde pedido “táctico”.
El poder de la erupción de la lucha de masas ya ha aumentado la confianza de los trabajadores. A medida que la lucha se vuelva más intensa, los trabajadores necesitarán radicalizarse y ver claramente a sus malos dirigentes. Los trabajadores inmigrantes, como también los trabajadores negros americanos, debido a su pasado de opresión, tienen menos ilusiones en el sistema capitalista y por consiguiente estarán representados de manera desproporcionada entre las secciones políticamente más avanzadas de la clase trabajadora.
La conciencia de los trabajadores americanos en general está muy confundida en estos momentos. La clase trabajadora, largamente encadenada a la burocracia laboral, está comenzando a agitarse nuevamente. Los trabajadores de la industria del automóvil, los trabajadores del transporte público y otros han luchado en contra de los ataques a sus trabajos, sus salarios, su atención médica y jubilaciones. Es crucial que el nuevo sentido de poder que se ha despertado entre los trabajadores inmigrantes muestre el camino a todos los trabajadores para que se unan a la lucha contra los ataques capitalistas.
Los trabajadores revolucionarios apoyan con entusiasmo y se unen a la creciente lucha de los trabajadores inmigrantes. Nosotros participamos para promover la mayor unidad de acción posible por las necesidades de la clase trabajadora. Sin embargo, advertimos a nuestros compañeros trabajadores que los principales líderes están atados al sistema capitalista. Ellos apoyarán con cautela a la lucha, mientras ésta fortalezca su poder político dentro del sistema. Pero los traicionarán tan pronto el sistema se vea amenazado.
Para enfrentar esta crisis de liderazgo, los trabajadores con más conciencia de clase deben unirse para construir un partido político con el único programa que ofrece una solución: un partido revolucionario socialista internacional. En el curso de la lucha, más y más trabajadores se convencerán de que los trabajadores del mundo podrán obtener una vida decente, libre de pobreza y discriminación, a través del derrocamiento del capitalismo por la revolución y del desarrollo de una sociedad comunista sin clases.