El siguiente artículo apareció en inglés en el número 75 de Proletarian Revolution (otoño 2005).
18 de septiembre 2005
La gente de todo el mundo quedó consternada por la destrucción que produjo a través de la Costa del Golfo el huracán Katrina. Pero el horror se convirtió en indignación cuando pasaban los días y decenas de miles de trabajadores, mayormente negros y blancos pobres víctimas de la tormenta en Nueva Orleáns, eran abandonados por un gobierno al que no le importaba nada su desgracia.
Ellos fueron apretujados en el estadio Superdome y en el Centro de Convenciones, como los esclavos en las bodegas de los barcos negreros. Sentados en los techos observaban volar a los helicópteros que no ofrecían ayuda. Se refugiaron en los altillos entre las aguas que crecían. Tuvieron en sus brazos a sus seres queridos mientras éstos morían de deshidratación o por falta de atención médica. Por días se vieron forzados a sobrevivir entre la miseria y la muerte, mientras les negaban agua y comida.
Mientras este horror se veía en todo el mundo, el presidente Bush y su administración no hicieron nada por días. Los medios de comunicación animaron un frenesí racista con historias de negros armados que se apoderaban de la ciudad. En respuesta, el alcalde demócrata de Nueva Orleáns, Ray Nagin, negro, mientras que pedía ayuda federal y estatal, ordenó a la policía detener los esfuerzos de ayuda y estableció como prioridad la lucha contra los saqueadores, en su mayoría gente que buscaba desesperadamente comida, agua y otros suministros esenciales. La gobernadora demócrata de Luisiana, Kathleen Blanco, impidió que la ayuda llegara a la ciudad hasta que pudo organizar una fuerza invasora de Guardias Nacionales con órdenes de tirar a matar.
Para los políticos del capitalismo, proteger los intereses de los hombres de negocios fue más importante que salvar vidas. Sólo una protesta pública y masiva hizo que los líderes políticos actuaran. Cuando finalmente lo hicieron, fue para combinar los esfuerzos de ayuda atrasados con intentos de culpar y señalar como criminales a las víctimas y de encubrir el escándalo con interminables conferencias de prensa, mientras posaban para fotos.
La catástrofe de la Costa del Golfo fue un desastre causado por el hombre. La feroz opresión racista del capitalismo y la explotación de clases convirtió a Nueva Orleáns en una trampa mortal para los pobres en general, y para los negros en particular. También para los blancos pobres la ayuda ha sido poca y tardía, tanto en las ciudades y pueblos más pequeños, como en las áreas rurales, a los que no llegaron los medios de comunicación. Y muchos inmigrantes mexicanos, centroamericanos y asiáticos no están recibiendo ningún tipo de ayuda del gobierno.
Los hechos son innegables. El desastre de Katrina fue un crimen de enormes proporciones cometido por la clase gobernante capitalista en contra de los sectores más vulnerables de la clase trabajadora y de los pobres.
Los huracanes en el Golfo son un fenómeno natural y frecuente, pero la inundación que destruyó a Nueva Orleáns había sido pronosticada con mucha anticipación y se pudo evitar totalmente. Sucesivos gobiernos, al nivel federal, estatal y local, republicanos y demócratas, se rehusaron a invertir dinero en los diques, esclusas y estaciones de bombeo necesarios para proteger a la ciudad y a su gente. Prefirieron llenarles los bolsillos a los ricos capitalistas y rezar para que Nueva Orleáns sobreviviera.
Frente a una catástrofe inevitable, la gobernadora y el alcalde desarrollaron un plan de evacuación que no consideraba de ninguna manera las vidas de los pobres. Aquellos que tenían carros y dinero para gasolina pudieron evacuar y sobrevivir; los pobres fueron abandonados para que enfrentaran solos condiciones horribles y en muchos casos la muerte. Como los funcionarios locales dijeron claramente a los residentes antes del huracán, aquellos que no pudieran evacuar la ciudad por sus propios medios, se “las tendrían que arreglar solos”. Para cuando la inundación golpeó la ciudad, la suerte de la mayoría de sus víctimas estaba sellada.
Luego se dejó morir a muchos al negar, en forma desconcertante, servicios de emergencia. Algunos miembros de los servicios de emergencia no estaban disponibles o no estaban preparados porque miles de Guardias Nacionales y sus importantes equipos habían sido enviados a Irak; los esfuerzos de ayuda fueron claramente obstaculizados por la corrupción, las luchas burocráticas internas y el no querer hacerse cargo de responsabilidades. Pero el factor más importante fue el desprecio total existente en todos los niveles de la autoridad hacia los pobres, y especialmente hacia los negros, sumado al temor de una revuelta urbana dirigida por negros.
Las autoridades estatales y federales no sólo abandonaron a esta gente durante días sin enviarles ayuda, ¡rechazaron ayuda! Argumentando (de manera ridícula) que la ciudad había caído bajo el control de pandillas negras armadas y violentas, las autoridades estatales y federales se rehusaron a permitir que esta ayuda entrara a la ciudad hasta que ésta no estuviera bajo ocupación militar. Impidieron que rescatistas voluntarios y aun la Cruz Roja entraran a la ciudad, hicieron volver envíos de comida y agua, y enviaron a convoyes de autobuses vacíos lejos de la ciudad. (Cientos de autobuses permanecieron estacionados en playas de estacionamiento.) Mientras tanto, innumerables personas se ahogaron en el agua que crecía por la inundación, también murieron por falta de comida, agua, asistencia médica y protección. Se dejó que sus cuerpos se pudrieran en el agua malsana o que fueran devorados por las ratas en tierra.
Cuando la Guardia Nacional finalmente entró a la ciudad, lo hizo como un ejército conquistador y actuó con violento racismo. Los blancos fueron los primeros en ser evacuados, con los Guardias ayudándolos hasta con sus maletas, mientras decenas de miles de negros en el Superdome y en el Centro de Convenciones eran agrupados a punta de pistola. Con el pretexto de registrarlos en busca de armas, la Guardia Nacional los obligó a dividirse en líneas, los hombres de un lado, las mujeres y los niños de otro, las familias fueron separadas y dispersas por todo el país. Estas líneas son un recuerdo de los que los negreros hicieron a sus cautivos y de lo que hicieron los nazis en los campos de concentración.
Una de los hechos más escandalosos ocurrió cuando centenares de personas trataron de cruzar un puente sobre el río Misisipi para llegar al condado de Jefferson. Fueron detenidos por una línea de policías que dispararon sobre las cabezas de la multitud para dispersarla. Los policías les dijeron que “la costa oeste (del Misisipi) no se iba a convertir en una Nueva Orleáns y que no iba a haber Superdomes en su ciudad.”
Estas palabras lo explican todo: se daba por sentado que los negros pobres eran delincuentes en potencia y que no se les permitiría salir de Nueva Orleáns bajo ninguna condición. (El incidente fue hecho público por primera vez en el Socialist Worker, el 9 de septiembre.)
Los policías que detuvieron la marcha en el puente despiertan recuerdos de Selma, Alabama, en 1965, cuando 600 manifestantes dirigidos por Martin Luther King, Jr. fueron atacados con gases lacrimógenos y cachiporras por la policía cuando intentaban cruzar el puente Edmund Pettus para llegar a Montgomery, la capital del estado. Cuarenta años después del momento más importante del movimiento por los derechos civiles, la policía sigue tratando a la clase trabajadora negra como ciudadanos de tercera categoría.
La revolución de los negros de la década de 1960 cambió mucho el panorama del Sur. Sin embargo, Katrina reveló un hecho ya conocido por muchos, blancos y negros: el antiguo y violento racismo persiste bajo la superficie. El poder de la policía armada de los condados suburbanos dominados por los blancos fue movilizado mucho más rápidamente para rechazar oleadas de familias negras que escapaban de la inundación que cualquier esfuerzo para tratar de ayudarlas. Si bien muchos blancos en el Sur, y en otras partes, verdaderamente se sintieron tocados por la difícil situación de las víctimas negras, hubo suficientes alimañas del tipo “ley y orden” para continuar la larga tradición de la letal y tradicional hospitalidad sureña.
En su historia, los Estados Unidos ha visto matanzas de indígenas americanos y los horrores de la esclavitud, motines racistas y linchamientos del Klan. La respuesta del gobierno luego del huracán no fue tan evidente. No fue una conspiración para eliminar a la gente que era pobre y negra. Pero las mismas condiciones de explotación capitalista y racismo que atraparon a decenas de miles en la inundación de Nueva Orleáns, atrapan a millones en otras ciudades de todo el país. Un miedo justificado a una rebelión de la clase trabajadora se combinó en la mente de policías y políticos. El resultado en Nueva Orleáns fue una tormenta perfecta de todas las desagradables características del capitalismo americano, y llevó quizás al mayor acto individual de asesinato racial masivo que haya tenido lugar en este país.
Para la mayoría de la gente, la catástrofe de la Costa del Golfo es un desastre humano abrumador. Pero para la fría clase gobernante de este país, es principalmente un desastre de relaciones públicas. Mientras que las autoridades están ahora enviando al fin algo de ayuda temporal a los supervivientes del huracán, su mayor preocupación es evitar que queden mal los dirigentes de la clase gobernante más rica y poderosa en la historia del mundo. El hecho de que vivimos bajo un brutal sistema capitalista, que le está haciendo la guerra a los negros, latinos, inmigrantes y a toda la clase trabajadora ha sido cruelmente puesto en evidencia.
La lucha inmediata de los afectados más directamente por el huracán para sobrevivir continúa. Compañías privadas como Halliburton y Bechtel, que ya han conseguido ganancias de la invasión a Irak y a las que se encontró tratando de robar millones en el proceso, ya se han reunido como buitres para ganar fortunas con los proyectos de reconstrucción. La clase trabajadora, los pobres y los oprimidos víctimas del huracán van a necesitar organizarse para luchar por viviendas, apoyo económico y trabajos, y deben recibir el apoyo decido de los trabajadores y de los que luchan por la justicia. Y los trabajadores con mayor conciencia política y la juventud tienen una obligación especial: asegurarse de que las lecciones políticas de esta tragedia se aprendan – para mostrar la manera de derrocar este sistema podrido de una vez por todas.
No se puede permitir a la asesina clase gobernante que continúe como si nada hubiera ocurrido. Lo mejor que puede ofrecer el capitalismo es un breve retorno a la miseria de todos los días aquí, y guerras sangrientas en el extranjero – antes de que nos lleve a todos a algo peor. Hemos visto cómo el sistema capitalista, y sus partidos republicano y demócrata, son los enemigos de la clase trabajadora y de los pobres, y particularmente de la gente de color. No podemos permitirnos caer en la trampa de diversiones electoralistas de los políticos reformistas y populistas que dicen poder arreglar el sistema. La catástrofe de la Costa del Golfo tiene que ser la chispa que encienda luchas masivas en contra del creciente racismo, explotación y pobreza. De estas luchas tiene que surgir un nuevo liderato político, y un partido político internacionalista de la clase trabajadora, dedicado a la única solución de la cada vez peor pesadilla de la vida bajo el capitalismo: la revolución de la clase trabajadora para barrer al capitalismo y construir una sociedad socialista de libertad y abundancia libre de explotación y racismo.
Frente a las consecuencias inmediatas del huracán Katrina, Michael Brown, Director de la Agencia Federal para Gestión de Emergencia (FEMA), Michael Chertoff, Director de Seguridad Nacional (Homeland Security) y el presidente Bush, todos dijeron que nadie se podía haber imaginado un desastre como la inundación de Nueva Orleáns. Hasta Bill Clinton se apresuró a unírseles, repitiendo la misma mentira.
En realidad, el peligro de que un huracán causara una inundación que sumergiría y destruiría a Nueva Orleáns había sido conocido por décadas. Luego de una inundación que causó muertes en 1955, el Congreso aprobó el Proyecto de Control de Inundación en Áreas Urbanas del Sudeste de Luisiana (SELA). Se financió parte del trabajo de reforzamiento de diques y la construcción de estaciones de bombeo, pero los gobiernos federal y estatal, republicanos y demócratas, se rehusaron a financiar las masivas y urgentes obras que eran necesarias para prevenir un desastre. Los fondos también fueron desviados hacia el negocio del turismo y los bolsillos de funcionarios.
Para el año 2001, un informe de FEMA mencionaba la inundación de Nueva Orleáns, como consecuencia de un huracán, como una de los tres peores desastres que podrían sufrir los Estados Unidos, junto con un terremoto en San Francisco y ataques terroristas a la ciudad de Nueva York. Como el diario New Orleans Times-Picayune advirtió el siguiente año:
Un gran huracán podría decimar a la región, pero la inundación causada por una tormenta aun moderada podría matar a miles. Es sólo cuestión de tiempo… La evacuación es la forma más segura de ponerse a salvo, pero podría ser una pesadilla. Y 100,000 personas sin transportación serían abandonadas… luchando para sobrevivir. Algunas serían albergadas en el Superdome… Otras terminarían en los refugios de último minuto que sólo darían una seguridad mínima. Pero muchas se las tendrían que arregla solas… Miles se ahogarían al quedar atrapadas en casas y carros por las aguas en crecida. Otras serían arrastradas por las aguas o aplastadas por escombros. Los supervivientes terminarían atrapados en techos, en edificios o en terrenos altos rodeados por las aguas, sin medios de escape y poca comida o agua potable, tal vez por varios días. (24 de junio, 2002)
Esto sin embargo no impidió que la administración de Bush hiciera recortes masivos a los fondos para los proyectos de Nueva Orleáns, al mismo tiempo que iniciaba una orgía de recortes impositivos para los ricos. Como lo resumió el Times-Picayune, los recortes al presupuesto federal habían prácticamente detenido los trabajos de importancia en los diques de contención de huracanes en el este de Nueva Orleáns… [los que] no serán terminados por al menos otra década. Walter Mestri, el director de administración de emergencias para el condado de Jefferson lo explicó así: “Parece que el dinero ha sido desviado al presupuesto presidencial para aplicarlo a la seguridad nacional y a la guerra en Irak, y me imagino que ése es el precio que tenemos que pagar. Nadie, al nivel local, se alegra de que los diques no puedan terminarse, y estamos haciendo todo lo posible para explicar que esto es para nosotros una cuestión de seguridad. Sin resultados.”
Se pondrá mucha atención a los criminales recortes que hizo Bush a la protección contra inundaciones en Nueva Orleáns. Pero los gobiernos por décadas se han rehusado a financiar los trabajos necesarios. El dinero para los diques del lago Pontchartrain y para el desagüe de Nueva Orleáns fue recortado tanto por Clinton como por Bush, de acuerdo a una serie de informes que aparecieron a principios de septiembre en el Chicago Tribune. De esta manera, esta antigua negligencia allanó el camino para que Bush sellara el destino de la ciudad.
El mal estado de los diques y estaciones de bombeo de Nueva Orleáns, junto con el de los humedales de Luisiana, que ayudaban a proteger a la ciudad, no es sólo una cuestión de codicia capitalista sino un producto del deterioro del sistema a través del tiempo. Desde el fin del auge económico que siguió a la Segunda Guerra Mundial, las ganancias de los capitalistas se han estancado, y la clase gobernante ha tratado todos los métodos posibles para evitar que caigan, disminuyendo los salarios y beneficios de los trabajadores, al mismo tiempo que exigía mayor productividad y más horas de trabajo. Los capitalistas también han degradado el medio ambiente, contaminado el aire, el agua y el suelo, ignorando y eliminando las regulaciones diseñadas para moderar los peores efectos de sus industrias. Con el deterioro de las ganancias reales, los capitalistas no pueden invertir en medidas que protejan a las masas y están dispuestos a aceptar riesgos cada vez más grandes. Es por esto que la destrucción de Nueva Orleáns es uno de los peores desastres causados por la degradación ambiental, pero muy difícilmente sea el último.
Los capitalistas de Estados Unidos normalmente ocultan las crueles injusticias de su gobierno al nivel nacional con rimbombantes expresiones de patriotismo capitalista, reservando sus peores crímenes para los pobres del Tercer Mundo. Mientras que sus políticas permitieron la destrucción de Nueva Orleáns y la pérdida de miles de vidas, el poder militar de los Estados Unidos continúa destruyendo todo Irak, incluyendo la destrucción de ciudades como Fallujah el otoño pasado, que costó la muerte de centenares de miles de iraquíes. (Y esto se sumó a los doce años de sanciones económicas impuestas por las Naciones Unidas, que, con la ayuda de Saddam Hussein, hicieron morir de hambre a centenares de miles con anterioridad.) Sin embargo, aun en el Tercer Mundo, cuando ocurren desastres, los imperialistas con frecuencia deciden enviar ayuda y ocultar su saqueo diario y continuo a esos países. Es por esto que, aun para esta clase gobernante cubierta en sangre, su respuesta a una emergencia en una de sus propias ciudades fue particularmente perturbadora.
El fracaso criminal más notable para salvar a la gente de Nueva Orleáns fue el de la Casa Blanca. Con todos los recursos de su súper estado, Bush se sonrió con aire de suficiencia y no hizo absolutamente nada. Pero los funcionarios locales no son menos culpables. La catástrofe de Nueva Orleáns fue un crimen bipartidista.
Durante dos días después del huracán, mientras imágenes de miles de personas aisladas en una ciudad inundada eran transmitidas a todo el mundo, Bush continuó su vacación de cinco semanas, jugando al golf y hasta tomando un avión para atender un evento para recaudar dinero. Esto en claro contraste a lo que había hecho anteriormente, cuando interrumpió otras vacaciones para salvar la vida de una mujer blanca, clínicamente muerta, Terry Schiavo, a la que se iba a retirar de los aparatos que la mantenían artificialmente con vida. (Esta acción fue en beneficio del movimiento del derecho a la vida, cuyo verdadero objetivo es lograr la subordinación de la mujer.)
Cuando Bush finalmente se vio obligado a aceptar la magnitud de la crisis, aparte de sus declaraciones de “preocupación” llenas de compasión, su primera reacción fue culpar a las víctimas. Aprovechando informes racistas de una ciudad que supuestamente estaba bajo el control de negros armados y violentos, el primer acto de Bush fue mandar soldados, no para dar ayuda, sino para defender la propiedad privada. Y, cuando finalmente se dignó visitar las áreas devastadas, sólo lo hizo para mostrarse, no para ayudar. Contingentes de agentes del Servicio Secreto inspeccionaron a cada víctima con detectores de metal; cada vez que la augusta presencia de Bush era necesaria, se prohibían los vuelos de helicópteros, demorando aún más la entrega de comida y abastecimientos.
Mientras tanto, la respuesta de FEMA fue una muestra perturbadora de inadecuados recursos e incompetencia, cargada de racismo y desprecio a la clase trabajadora. Tan pronto ganó las elecciones, la administración de Bush trató de limitar la función de FEMA en la ayuda a las víctimas de desastres naturales. La primera persona llamada a dirigir FEMA, Joe Allbaugh, no era un experto en la administración de emergencias, sino uno de los administradores de la campaña de Bush. La prioridad de Allbaugh fue la de recortar los servicios de ayuda de FEMA, los que, según los describió, se habían convertido en un enorme programa de habilitación, como el de servicios sociales. Después de Septiembre 11, Allbaugh recibió una gran ayuda para alcanzar su objetivo cuando FEMA fue absorbida por el recientemente creado Departamento de Seguridad Nacional. De esta manera la función de FEMA fue redirigida de desastes naturales hacia el fortalecimiento de los poderes de un estado policial bajo el pretexto de combatir al terrorismo.
Pronto, Allbaugh dejó su puesto para convertirse en cabildeante de firmas que se estaban enriqueciendo con la guerra en Irak, y en la actualidad está obteniendo contratos multimillonarios para firmas que obtienen ganancias de la destrucción de la Costa del Golfo. Justamente, con este propósito, y en respuesta al huracán Katrina, Allgaugh llegó a Luisiana antes que su reemplazante, su antiguo compañero de cuarto de la universidad, Michael Brown. Como ya es de público conocimiento, el nombramiento de Brown mostró el total desprecio que la administración de Bush sentía por la supuesta función de FEMA de ayudar en casos de desastres. La experiencia previa de Brown había sido la de organizar exposiciones equinas, ¡y hasta lo obligaron a renunciar de ese trabajo! Brown esperó cinco horas luego de que el huracán golpeara Luisiana antes de pedir que FEMA enviara un mayor contingente de trabajadores de ayuda, les dio dos días más para que llegaran allí, y luego incluyó en sus tareas la responsabilidad de difundir al público una imagen positiva de las operaciones de desastre.
Frente al fracaso total de las autoridades locales y de FEMA para responder a la tragedia que se estaba desarrollando, la Casa Blanca se rehusó a movilizar sus recursos para salvar a los aislados y a los que estaban muriendo. En vez de hacer esto, el presidente Bush realizó una gira de relaciones públicas, con fotos preparadas y discursos insultantes. Cuando Bush finalmente llegó a Luisiana y se atrevió a descender de su avión presidencial, inmediatamente felicitó a su amigo Brown por hacer un excelente trabajo. Mientras miles de personas estaban luchando por sus vidas, Bush recordó con nostalgia las fiestas a las que había ido en Nuevas Orleáns en sus años de estudiante y anticipó sentarse en el porche de la mansión del súper racista senador de Misisipi, Trent Lott, cuando ésta fuera reconstruida.
La Secretaria de Estado, Condolezza Rice continuó de vacaciones en Nueva York, donde presenció una obra en Broadway y gastó miles de dólares en zapatos en una boutique de la Quinta Avenida. Finalmente, se vio forzada a volver a Washington para ayudar a la Casa Blanca en el desastre de relaciones públicas, argumentando que el elemento racial no había podido ser un factor en no hacer llegar ayuda a Nueva Orleáns. El vicepresidente Cheney continuó sus vacaciones todavía más tiempo.
La madre de Bush, la ex Primera Dama, también aprovechó la oportunidad de escupir sobre los supervivientes del huracán con la arrogancia de la clase gobernante. En una entrevista radial, luego de una visita a los evacuados del huracán que habían sido llevados al estadio Astrodome en Texas, ella dijo: “Lo que escucho, y que me asusta un poco, es que todos quieren permanecer en Texas. Todo el mundo está emocionado por la hospitalidad.” No satisfecha con decir esta idiotez racista, continuó explicando que, considerando que tanta de la gente en el estadio carecían de muchas cosas de todas maneras, todo lo que ocurría estaba resultando en su beneficio.
Cuando la crisis ya tenía varios días, el Alcalde de Nueva Orleáns, Nagin pareció expresar la frustración de millones cuando denunció la inacción de los gobiernos federal y estatal y exigió que movieran [sus] culos e hicieran algo para enfrentar la crisis. Pero Nagin, junto con Blanco, gobernadora de Luisiana, quienes habían tenido un preaviso del desastre y tenían el poder de controlar todos los recursos de la ciudad y del estado para evacuar satisfactoriamente a los residentes, no se preocuparon lo suficiente por sus residentes más pobres como para asegurarse de que fueran evacuados.
No sólo los planificadores reconocieron que tal vez centenares de miles quedarían atrapados en la ciudad sin poder evacuarla por falta de asistencia, sino que los funcionarios de la ciudad y el estado habían visto todo esto personalmente y sólo un año antes cuando el huracán Iván había pasado por Nueva Orleáns. El día antes de que golpeara el huracán, el Times-Picayune informó sobre la gran cantidad de gente …principalmente concentrada en los vecindarios pobres que quería ser evacuada, pero no lo era. En otro medio, en un artículo titulado Pobre, negro y abandonado, el periodista Mike Davis, describió la evacuación como una versión siniestra del Rapto, según la versión de Strom Thurmond (un político súper racista). “La gente blanca rica huyó de Nueva Orleáns en sus 4x4, mientras que los negros viejos y sin carro fueron abandonados en sus viviendas y casas de inquilinato por debajo del nivel del mar para enfrentar solos la furia de las aguas.
Con todo, Nagin y Blanco no cambiaron sus planes. Poco antes de que Katrina golpeara la ciudad, Nagin participó junto a Oliver Thomas, Presidente del Concejo de la Ciudad, Kay Williams, Directora de la Cruz Roja, y otros, en la preparación de un anuncio de interés público cuyo mensaje básico el Times-Picayune resumió así: Frente a la posibilidad de que ocurra un gran huracán, se las tendrán que arreglar solos. El periódico añadió: En presentaciones que siguen un texto oficial, los funcionarios… hacen hincapié en que la ciudad no tiene los recursos para poner fuera de peligro a una cantidad estimada en 134,000 personas que no tienen transportación propia. (24 de julio, 2005)
Pero por supuesto, esta excusa es una mentira. El Alcalde tenía el poder de movilizar todo tipo de transporte público y no lo hizo. El mundo ha visto las imágenes de centenares de ómnibus escolares rodeados por las aguas de Nueva Orleáns cuando hubieran podido ser usados en las evacuaciones mucho antes de que comenzara la inundación. Pero Nagin ya había acordado con la gobernadora Blanco que no iban a evacuar a los pobres de la ciudad.
Es más, Nagin ni siquiera se molestó en preparar suficientes refugios para los que quedaran atrapados. Le dijo a la gente que fuera al Superdome, el que, como era previsible, se quedó sin electricidad, agua corriente y servicios sanitarios. Y a pesar de que el Superdome había sido designado como un refugio para miles de personas, no se habían almacenado en él los suministros necesarios. Más de veinte mil personas estuvieron concentradas dentro del estadio durante cuatro días sin comida, agua potable, ropa limpia o medicinas. Ésa fue una decisión tomada con toda frialdad: los funcionarios no querían que esa ayuda atrajera a más refugiados a los atiborrados refugios. En vez de dar comida a los vivos, acopiaron diez mil bolsas para los cadáveres que sin duda habría.
Con Nueva Orleáns inundada, FEMA haciendo muy poco, y al parecer todos los funcionarios de la administración Bush de vacaciones, el poder para salvar a esos atrapados en Nueva Orleáns (como también a otros a través del devastado estado) pasó a manos de la gobernadora Blanco. Pero su respuesta fue poco menos que criminal. Un día después de que golpeara Katrina, cuando era el momento para la acción, ¡su respuesta fue hacer un llamamiento para un día de plegaria en todo el estado! Pero todavía iban a ocurrir peores cosas.
Blanco y todas las autoridades se unieron a lo medios de comunicación para difundir informes racistas sobre Nueva Orleáns bajo el control de negros armados que recorrían la ciudad. En respuesta, se ordenó a las fuerzas de la Guardia Nacional bajo el control de Blanco que cerraran la ciudad hasta que llegaran refuerzos. Se impidió que camiones de la Cruz Roja y convoyes de ómnibus, cargados de comida y agua y personal médico, ingresaran a la ciudad.
El Teniente General H. Steven Blum, jefe del Departamento de la Guardia Nacional, ofreció una descripción particularmente franca del punto de vista de las autoridades durante una conferencia de prensa en el Pentágono. Sin reconocer la falta de cualquier intento de ayuda, Blum dijo:
“Las cuestiones que más preocupan son la falta de seguridad en las calles y, en particular, una situación precaria potencialmente muy peligrosa en el Centro de Convenciones que literalmente fue ocupado por decenas de miles de personas por su propia iniciativa. Hay gente que fue evacuada de hoteles y turistas que fueron amontonados con delincuentes callejeros y miembros de pandillas… era una situación potencialmente muy peligrosa.”
En otras palabras, Blum estaba preocupado de que los blancos de clase media fueran “amontonados” con los pobres y los trabajadores negros. Pero testigos en el Centro de Convención, y horas y horas de grabación, cuentan una historia diferente. El periodista de NBC Tony Zumbada, por ejemplo, informó desde el Centro de Convenciones:
“Fueron abandonados. No hay nada para darles, no hay agua, hielo, comida de emergencia. Nada durante los últimos cuatro días. Les dijeron que fueran al Centro de Convenciones. Lo hicieron. Se han estado portando bien. La actitud aquí es difícil de creer, lo organizados que son, cómo se apoyan entre sí. No han empezado peleas, ni motines, nada.
Sólo quieren comida y ayuda. Y lo que yo he visto aquí, nunca lo había visto en este país. Y necesitamos realmente observar la situación en el Centro de Convención. Todo se está volviendo muy, muy loco y muy peligroso. Y alguien tiene que venir aquí con un montón de comida, un montón de agua. Aquí no hay hostilidad, por lo que no tienen que venir con armas ni nada por el estilo. Esta gente necesita ayuda.”
Pero se ordenó que llevaran armas, miles de armas. La Gobernadora Blanco dio una conferencia de prensa para jactarse de haber recibido refuerzos de la Guardia Nacional recién llegados de Irak, bien entrenados, experimentados, probados en combate y bajo sus órdenes para restaurar el orden en las calles…
“Tienen M-16, cargados y listos para disparar… Estas tropas saben tirar y matar y están más que dispuestas a hacerlo si es necesario y yo espero que lo hagan.” Lo que la gobernadora había ordenado no era una operación de ayuda, sino una invasión.
El periódico Army Times (edición del 2 de septiembre) publicó un artículo titulado “Las tropas comienzan operaciones de combate en Nueva Orleáns”, en el que describen el plan de la Guardia Nacional para luchar contra la insurgencia en la ciudad, al mismo tiempo que llevaban a cabo operaciones de ayuda. El artículo cita al General de Brigada Gary Jones, comandante del Fuerza Combinada de Operaciones de la Guardia Nacional de Luisiana. El general dice: “Vamos a hacer que Nueva Orleáns parezca una pequeña Somalia. Vamos a entrar y a tomar la ciudad, lo prometo. Ésta será una operación de combate para poner a esta ciudad bajo control.”
Al fin de la misión, el Teniente General Blum se jactó de “cómo la Guardia Nacional tomó por asalto el Centro de Convenciones y lo capturó y de cómo, para sorpresa de todos, no hubo ninguna resistencia, hubo completa cooperación… ninguna resistencia violenta, ningún herido… No tuvimos que disparar un solo tiro.” ¡Y todavía se extrañan! La fantasía de la insurgencia en la ciudad fue todavía más imaginaria que las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein.
Al fin de su conferencia de prensa, se le hizo a Blum una última pregunta: “¿Fue la necesidad de reunir la fuerza invasora de la Guardia Nacional lo que hizo que la ayuda no llegara hasta el viernes?” Blum contestó que la pregunta no sólo describía exacta y fielmente lo que había ocurrido, y que él ya había explicado el porqué. “Nos tomamos el tiempo para contar con la fuerza necesaria y el resultado fue excelente.”
El huracán Katrina ha acabado con la cháchara llena de patriotismo que siguió al 11 de septiembre de que los Estados Unidos son un país libre y unido. La feroz explotación y opresión racista en que está basada esta sociedad capitalista y los mercaderes asesinos y políticos que la gobiernan han sido desenmascarados.
Por algún tiempo, los republicanos y demócratas continuarán el escándalo con acusaciones y contraacusaciones sobre quién es responsable por los fallos monumentales en cada etapa de este desastre. Las investigaciones que surgirán van a continuar por tanto tiempo como sea posible y probarán aún más que ambos partidos capitalistas son los culpables, así como los dos, de maneras diferentes, han servido siempre a este racista sistema capitalista.
Pero más allá de los titulares y entre bambalinas, en las oficinas de juntas de directores y de políticos, ya se está produciendo un acalorado debate sobre cómo la clase gobernante puede estabilizar su control en medio de las consecuencias del huracán Katrina. Con el tiempo, los capitalistas tendrán que abandonar la anarquía neoliberal de libertad de mercados, privatizaciones generales y recortes de impuestos que han servido recientemente para aumentar las ganancias; ahora esta estrategia se ha vuelto tan desestabilizadora que ha hundido a una importante ciudad de los Estados Unidos y amenaza con producir luchas masivas. Un sector de la clase gobernante ve la necesidad de seguir otras políticas que fortalezcan el poder del estado, no sólo para actuar a nivel nacional e internacional con sus ejércitos, sino también para permitir que el gobierno intervenga económicamente.
Por ejemplo, el traslado de una porción considerable de las industrias estadounidenses al Tercer Mundo ha aprovechado la mano de obra barata. Pero también ha debilitado la base industrial de la economía nacional. Aquí y en todas partes, los capitalistas van a necesitar un gobierno que dirija con más fuerza las inversiones. A medida que la economía continúe su declinación, también se harán llamados al gobierno para que apuntale industrias en bancarrota y cuya caída podría amenazar al sistema, así como también para que castigue los excesos capitalistas para tener así un mejor control de la clase trabajadora. Y con seguridad, a corto plazo, ellos van a necesitar un liderato político que pueda fingir preocupación por la difícil situación de las masas en donde la administración de Bush ha fracasado tan completamente.
Desde la derecha, Colin Powell ya se está colocando en posición para posiblemente tratar de salvar al Partido Republicano al ofrecerle una cara negra y un militar aparentemente con más compasión que lo represente. Detrás de Powell, tanto dentro como fuera de las filas republicanas, demagogos más de extrema izquierda están luchando por posiciones. Pero el peligro mayor e inmediato viene de los defensores del capitalismo con tendencias de izquierda.
La catástrofe de la Costa del Golfo tiene el potencial de encender enormes luchas de clases en este país. Pero los políticos populistas que dicen sentir el dolor del pueblo y oponerse a los intereses de las grandes corporaciones maniobran para evitar luchas que amenacen verdaderamente al gobierno capitalista. El populismo significa mucho más que luchar por las demandas populares. Significa utilizar los sentimientos de las masas para desdibujar las líneas de clase, para así desviar ataques los ataques al capitalismo como sistema. No importa lo radical o militante que sea su retórica, el objetivo de los populistas es convertir, tarde o temprano, a las luchas activas en un reformismo electoral pasivo.
Líderes del ala de derecha del Partido Democrático, como Hillary Clinton, han expresado algunas críticas a la respuesta de Bush al huracán, pero ellos fundamentalmente representan las mismas políticas imperialistas de guerra en el extranjero y austeridad en este país. Han tenido cuidado de no desafiar a Bush de ninguna manera que pueda desestabilizar aún más a la clase gobernante.
Pero otros están moviéndose a su izquierda. Antes de que golpeara el huracán, algunos ya estaban tratando de aprovecharse del creciente sentimiento contra la guerra y de la creciente furia de la clase trabajadora por los precios en aumento y la caída de salarios, mientras continuaban trabajando para mantener a esos sentimientos dentro de los límites seguros del electoralismo. Por ejemplo, el anterior candidato a vicepresidente, John Edwards, pasó de apoyar la invasión de Irak y mantener el curso a hacer un llamado para establecer una fecha para el retiro de las fuerzas de Estados Unidos. En respuesta al huracán, Edwards ha modificado su tema populista de Dos Américas, rica y pobre, con el propósito de unirlas a través del patriotismo.
Fuera de la cúpula de poder del partido, muchos de los que se dicen progresistas están empujando a los Demócratas para que adopten políticas más radicales. Algunos, como los de la revista Nation, están pidiendo la intervención económica del estado en un programa de obras públicas como el del Nuevo Trato (New Deal) que el presidente Franklin Delano Roosevelt usó para revivir las ganancias capitalistas y contener las enormes luchas de clases durante la depresión de la década de 1930.
Más hacia la izquierda están los grupos socialistas que se oponen formalmente a los Demócratas pero tratan de ser populares al concentrar sus ataques en los Republicanos: eslóganes como, “Bush miente, la gente muere”, inevitablemente crean ilusiones en los Demócratas, los supuestamente opositores. Lo mismo ocurre en el movimiento contra la guerra, donde se usan eslóganes nacionalistas sobre el tema de la guerra, como: “Dinero para Nueva Orleáns, no para la guerra”, presentando así su oposición a la guerra bajo el manto de un nacionalismo de “Primero los Estados Unidos”. Todos estos esfuerzos nos alejan de la lucha de masas y nos llevan a la eventualidad de apoyar electoralmente a los Demócratas o alguna alternativa reformista.
Un ejemplo: el 8 de septiembre, Bush suspendió las leyes Davis-Bacon que requerían que los contratistas de limpieza y de reconstrucción pagaran a sus obreros al menos los salarios y beneficios normales del mercado. Esto asestó otro golpe a los trabajadores, para beneficio de los compinches capitalistas de Bush, ¡los verdaderos saqueadores! El director de la AFL-CIO, John Sweeney, denunció esta maniobra de Bush, pero su única acción fue apelar para que el Congreso anule esta decisión “de poca visión de futuro”. Aun cuando deben enfrentar abuso tras abuso, los líderes sindicales no harán un llamado a la acción de masas, tienen miedo de perturbar al sistema capitalista que les da sus privilegios.
De igual manera, el ministro Louis Farrakhan de la Nación del Islam, hace llamados para ayudar y socorrer a las víctimas de Katrina, pero no para luchar contra el sistema del que son víctimas. Farrakhan está llamando a una concentración “Movimiento de millones más” (Million More Movement) el 15 de octubre en Washington. A diferencia de su marcha “Marcha de un millón de hombres” (Million Man March) de hace 10 años, esta vez las mujeres y los homosexuales será invitados. (Véase Farrakhan No Answer to Racism en PR 50.) Pero, de nuevo, Farrakhan está haciendo un llamado por “compensación”, en vez de lucha. Y muchos políticos Demócratas estarán allí para ofrecerse a señalar el camino. Si se permite que el liderato oficial se salga con la suya, la concentración será otra diversión de la lucha por la liberación negra, una válvula de escape a la rabia justificada y explosiva de las masas negras.
La clase trabajadora y los oprimidos necesitan su propio partido político, y las elecciones seguramente se pueden usar para llamar la atención a problemas y para animar una mayor lucha de masas. Pero fomentar el apoyo a los Demócratas capitalistas, o a sus sombras reformistas como el Partido Verde solamente debilita el creciente sentido de hostilidad de clase hacia los capitalistas y sus políticos entre los trabajadores, los distrae de su lucha y los dirige hacia el electoralismo. Esto es precisamente lo que ocurrió antes de la última elección presidencial, como mostramos en nuestro artículo sobre la lucha contra la guerra [What Is Wrong with the Anti-War Movement? en Proletarian Revolution No. 75].
No se puede permitir que ocurra lo mismo a las luchas que potencialmente pueden surgir luego del huracán Katrina. Para evitar que esto ocurra es clave que los trabajadores de mayor conciencia y la juventud, juntos, construyan un partido político de la clase trabajadora con una teoría y un programa que pueda tomar el liderato para adelantar las luchas más inmediatas y vincularlas a la única alternativa a la vida cada vez peor bajo el capitalismo: la revolución socialista.
Las consecuencias de desastres naturales como el huracán Katrina ponen en primer plano las necesidades humanas en gran escala: comida, agua, vivienda, apoyo financiero y reconstrucción. Pero, nuevamente, bajo el dominio del dios verdadero de los capitalistas, las ganancias privadas, se necesita luchar a cada paso solamente para obtener esas demandas para las víctimas más inmediatas. Y las guerras ponen en evidencia las divisiones de clase y las injusticias de una nación como ninguna otra cosa, mientras los políticos capitalistas alientan a los trabajadores y a los pobres para que sacrifiquen sus vidas en los campos de batalla y sus salarios y condiciones de vida en su país. El descontento crece a medida que más y más se preguntan: ¿Por qué estamos luchando? ¿Qué están sacrificando los ricos?
No es sorprendente entonces que, a través de la historia, los desastres naturales y las guerras hayan encendido alzamientos revolucionarios. Un ejemplo histórico, la experiencia de la gran hambruna rusa de 1891, en la que el Zar dejó que millones de campesinos murieran de hambre, radicalizó a una generación de trabajadores, a la juventud y a los intelectuales. Las luchas de masas en contra del gobierno zarista crecieron continuadamente, culminando en un levantamiento revolucionario en 1905, el ensayo para la triunfante revolución socialista de 1917.
Ahora la clase gobernante de los Estados Unidos se enfrenta a su propia tormenta. La furia frente a los precios que suben y los salarios que bajan ya se estaba combinando con la creciente oposición al sangriento atolladero en que se ha convertido la ocupación de Irak por los Estados Unidos, mucho antes de que golpeara Katrina. Ahora las letales consecuencias de la cruel concentración de tremenda explotación, pobreza y racismo sobre la gente de color son noticias de primera página. Existe un amplio sentido de injusticia, pero este sentido es especialmente fuerte entre los negros, latinos y los inmigrantes. Un solo acto de brutalidad racista de la policía podría desencadenar una tormenta de fuego en cualquier ciudad importante. Un creciente sentido de la necesidad de luchar en contra de los ataques económicos está propagándose entre los trabajadores. Si bien hoy no parece posible, una sola huelga podría encender una rebelión masiva. Los sucesos de Katrina han servido para socavar la autoridad de no sólo los políticos del establecimiento, sino también de los líderes sindicales y comunitarios, que son la última línea de defensa del capitalismo.
El potencial de un brote de lucha de la clase trabajadora en este país no ha sido tan grande en años. Los capitalistas han estado luchando una guerra unilateral en contra de la clase trabajadora, porque hemos tenido las manos atadas a la espalda por líderes sindicales y comunitarios que canalizan todo intento de rebelión hacia el callejón sin salida del electoralismo. Se debe aprovechar la oportunidad de comenzar a luchar. El argumento populista de que sólo es una cuestión de ricos contra pobres, o “del pueblo” en contra de “los grandes negocios” tiene como propósito cortar de raíz el desarrollo de la conciencia de clase y un creciente desafío al capitalismo. Como contraste, nosotros los revolucionarios presentamos un programa de demandas y acciones de masa para hacer justamente eso, comenzando ahora con las necesidades de las víctimas inmediatas del huracán Katrina.
Al tiempo que lamentamos a los que murieron en la catástrofe de la Costa del Golfo, la lucha de centenares de miles de desamparados, desocupados y refugiados del huracán está apenas comenzando. Mientras que el gobierno federal está publicitando los miles de millones en ayuda que está enviando a la Costa del Golfo, gran parte de este dinero va a parar a los bolsillos de los contratistas que se aprovechan de la tragedia. Washington está enviando ayuda con el objetivo, no de ayudar a las víctimas del huracán sino de ocultar sus propios crímenes, y sin duda tratará de abandonar a los supervivientes a la primera oportunidad.
Sólo una lucha organizada por parte de los supervivientes puede evitar esto. Los trabajadores, particularmente los de los sindicatos y grupos comunitarios, deben luchar para que sus organizaciones hagan todo lo posible para apoyar a los supervivientes. Las donaciones de ayuda son útiles, pero más importante será apoyar y animar las luchas de los supervivientes por ayuda y justicia en contra de un gobierno que seguramente los abandonará nuevamente. Este tipo de organización y lucha tiene muchos antecedentes. Por ejemplo, después del terremoto que golpeó a la ciudad de México en 1985, muchas víctimas de la clase trabajadora organizaron protestas y lograron demandas de que se construyeran viviendas para los pobres y otras concesiones. Las luchas de los supervivientes del huracán Katrina tendrán que ir mucho más lejos.
Es crucial que los supervivientes del huracán, dispersos en pueblos y ciudades de todo el país, se organicen para luchar por sus intereses. Se tienen que hacer reuniones para formar comités de supervivientes que debatan y voten las demandas a presentar y elijan un liderato. Estos comités deben estar abiertos a las decenas de miles de inmigrantes indocumentados de la Costa del Golfo a los que se les está negando todo tipo de ayuda gubernamental y que también deben luchar por sus derechos e intereses. Esto daría un magnífico ejemplo de lucha internacionalista y antirracista al resto de los trabajadores del movimiento. Y los diferentes comités deben vincularse para formar una organización de alcance nacional para coordinar la lucha.
Con esta organización, los supervivientes tendrán su propia voz y sentirán su poder, y eso solamente asustaría tremendamente a la clase gobernante. Es más, se ha anunciado la formación en el Astrodome de Houston del Grupo de Liderato de Supervivientes (Survivors Leadership Group). Este grupo ya ha logrado demandas, incluyendo un mejor cuidado de niños y cuidado especializado para los ancianos. Si bien no tenemos mucha información sobre este grupo en particular, su organización y éxitos muestran el potencial de estas luchas. Se debe forzar a los sindicatos a poner sus oficinas y recursos a disposición de los comités de supervivientes del huracán, y a movilizar a sus propios miembros para acciones unificadas.
Será esencial que los comités de supervivientes desarrollen un programa claro de demandas por las que luchar. Sólo ellos serán los más indicados para formular esas demandas, pero algunas de ellas son evidentes: completos beneficios de desempleo (no sólo promesas de FEMA, desorganizadas y sólo en esta ocasión), viviendas de emergencia de calidad, comida, ropa, atención médica, cuidado de niños y educación. Cuando las demandas de los comités no sean satisfechas inmediatamente, los comités deben responder organizando manifestaciones e invitando la mayor participación posible.
Mientras comienzan los esfuerzos de reconstrucción en Nueva Orleáns y a través de la Costa del Golfo, los supervivientes tendrán que luchar para que la reconstrucción sea hecha considerando los intereses de la clase trabajadora y de los pobres. Una lucha crucial será por su propio Derecho a Regresar, el derecho de todos aquellos que desean regresar a Nueva Orleáns a recibir viviendas de calidad tan cerca de la ciudad como sea posible hasta poder regresar. Ya los agentes de bienes raíces están persiguiendo a los residentes de Nueva Orleáns y aprovechándose de su desgracia para tratar de aprovecharse de su desesperada situación y comprar baratas sus propiedades. Y los capitalistas y políticos locales desde hace mucho han soñado en hacer salir de la ciudad a los más pobres, particularmente a los negros; estos individuos ven los esfuerzos de reconstrucción como una oportunidad de lanzar un masivo proyecto de remodelación para mantener a los pobres fuera de la ciudad para siempre. Bajo estas circunstancias es muy probable que muchos de los trabajadores y los pobres de la ciudad literalmente tengan que luchar por el derecho a regresar. La lucha para que el gobierno pague por la construcción de viviendas de calidad para cada residente pobre y de la clase trabajadora de Nueva Orleáns que haya perdido la suya será crucial.
Los supervivientes del huracán no quieren solamente limosnas sino trabajos, y ellos deben luchar para que la mayor cantidad posible de trabajos vayan a residentes desplazados, y para recibir gratis cualquier capacitación que necesiten. Esta lucha daría a los supervivientes todavía más razón para unirse a los sindicatos en su oposición a la suspensión de las leyes Davis-Bacon.
Al tratar simplemente de sobrevivir el huracán y de evacuar a Nueva Orleáns, los supervivientes negros se enfrentaron a un racismo letal por parte de la Guardia Nacional y de la policía. Todos los evacuados, inclusive aquellos que tenían permisos legales para tener armas, fueron desarmados antes de ser evacuados. Mientras tanto, los blancos racistas han estado haciendo fila frente a las armerías por temor de que vuelvan los negros. Dispersos a través del Sur, donde el Klan y otras pandillas reciben fuerza del brutal racismo en la región, la gente negra desplazada por el huracán enfrenta la específica amenaza de ataques racistas. Los comités de supervivientes deben afirmar el derecho a portar armas para defensa propia y a organizar con ese fin.
La catástrofe de la Costa del Golfo, y en particular las letales consecuencias del racismo capitalista que causaron tanta muerte y destrucción en Nueva Orleáns, han puesto en evidencia las crisis de pobreza, explotación y opresión en todo el país. De igual manera, las luchas de los supervivientes del huracán Katrina pueden ser una inspiración para el resto de la clase trabajadora. Las necesidades de los supervivientes de Katrina son completamente claras, pero se necesitan demandas similares para todos los trabajadores; proyectos de obras públicas masivos, incluyendo la reconstrucción de la infraestructura en deterioro (los diques y las estaciones de bombeo de Nueva Orleáns son sólo una fracción de lo que se necesita), trabajos para todos con salarios dignos, viviendas, atención médica y educación. Los revolucionarios lucharán para vincular todas estas luchas vitales, y harán conocer la necesidad de huelgas generales para unir a la clase trabajadora y para paralizar al sistema y conseguir nuestras demandas.
El huracán Katrina ha revelado con claridad trágica y letal cómo el capitalismo dirige la actividad económica hacia las ganancias privadas a costa de las más urgentes necesidades humanas. Es más, la inundación de Nueva Orleáns es poco cuando se la compara con la miseria humana y la destrucción ambiental que han causado en todo el mundo la sobreexplotación y las guerras del imperialismo. Realmente, el capitalismo amenaza la misma existencia de la vida en el planeta con todas sus acciones, desde el calentamiento del planeta provocado por la contaminación hasta una potencial guerra nuclear. El huracán fue sólo un ejemplo evidente y concentrado de la vida diaria bajo el capitalismo: en el que miles mueren de hambre y sus muertes no se notan, incluyendo a los que mueren por enfermedades prevenibles, porque no pueden permitirse una atención médica básica, en los que millones languidecen en prisiones porque la pobreza alimenta al delito, mientras que la policía y los tribunales persiguen a los pobres y en particular a la gente de color, en las que muchos mueren directamente a manos del imperialismo y bajo la bota de sus representantes locales.
Una sociedad socialista administrada teniendo en cuenta los intereses de las grandes masas, y no una pequeña clase de capitalistas, es la única alternativa. No es el sueño de lo que nos espera en el cielo u otra manera más inteligente de administrar las cosas, es la lógica conclusión del desarrollo del capitalismo. El capitalismo mismo ha tendido las bases para superar la miseria a la que condena a la humanidad. Construyó hace mucho las fuerzas económicas de producción de la industria, la tecnología y una economía mundial al punto que existe el potencial para producir una abundancia de todos los recursos necesarios. Pero el capitalismo continúa atrapado por su búsqueda de ganancias.
Para redirigir a las fuerzas productivas de la sociedad hacia una producción en los intereses de la mayoría, se tendrá que arrebatar a los capitalistas el control de la economía. El poder del estado, que cuenta con policías y soldados para defender su control, tendrá que ser aplastado en una revolución que ponga en el poder a la mayoría, a los trabajadores y a los oprimidos. Esto no se puede lograr en un país, serán necesarias revoluciones en todo el mundo para evitar el sabotaje y los ataques de los capitalistas y para liberar el potencial de producción de la economía mundial.
Al planear la producción económica teniendo en cuenta los intereses de las masas, los estados de los trabajadores harían mucho más que simplemente mejorar las condiciones de vida. La sociedad de clases apareció por primera vez en la historia como resultado de la escasez de bienes necesarios. La lucha por controlar pequeños reservas de alimentos, por ejemplo, hizo que la sociedad se dividiera en una pequeña elite que lograba ganancias al controlar y explotar a una mayoría. La escasez continúa apuntalando a la sociedad de clase capitalista, y el nacionalismo y el racismo son la manera en que las fuerzas capitalistas buscan apoyo en su lucha contra todos por los recursos que se agotan. Al producir una abundancia de bienes necesarios para todos, los estados de los trabajadores socavan la misma razón de la existencia de clases. El trabajo necesario sería dividido igualmente entre todos. Y la introducción de tecnología que elimina la mano de obra, en vez de crear desempleo como lo hace bajo el capitalismo, sería usada para acortar la semana de trabajo de los trabajadores y dar a éstos más tiempo libre. De esta manera se echarían las bases para el desarrollo de una sociedad libre de todas las formas de explotación y opresión.
Es más, el capitalismo ha creado la clase con el potencial para derrocarlo: la clase trabajadora. Sin poder sobrevivir sin trabajar para los capitalistas y siendo explotada por éstos, la clase trabajadora no tiene un interés fundamental en mantener al sistema. Viniendo de todas partes del mundo y viéndose forzada a cooperar y laborar en sus trabajos, la clase trabajadora puede usar esta organización en una lucha colectiva en contra del capitalismo. Las huelgas y otras formas de la lucha de masas no sólo pueden defender y hasta ganar mejoras temporales en las condiciones de las masas, también muestran a los trabajadores su verdadero poder. En particular, las huelgas generales de toda la clase trabajadora presentan la cuestión de reiniciar la economía bajo el control y dirección de la clase trabajadora. A través de la experiencia de estas luchas, más y más trabajadores pueden llegar a conclusiones revolucionarias socialistas, si existe un liderato de un partido revolucionario socialista que ayude a mostrar el camino. La Liga por el Partido Revolucionario (League for the Revolutionary Party) está dedicada a unir a los trabajadores de mayor conciencia y a la juventud para hacer avanzar la construcción de este partido.