Hemos excerptado y traducido este pasaje de nuestro libro, The Life and Death of Stalinism.


La revolución permanente

Lenin elabora su teoría sobre el imperialismo bajo el impacto de la 1era. Guerra Mundial, un holocausto sin precedentes que demolió los sueños del progreso capitalista continuado. Aun los historiadores burgueses consideran esa guerra la gran divisoria de la historia moderna que condujo derecho hacia los horrores y tragedias del siglo XX. El ímpetu inmediato para el trabajo de Lenin fue la traición de la socialdemocracia europea, cuyos partidos nacionales dirigieron a los trabajadores hasta la trampa de seguir a “sus” burguesías hasta la guerra imperialista. El resultado fue el fratricidio de la clase trabajadora.

Una ruptura en el socialismo

El comportamiento de los social-demócratas no fue accidental. No fue que los reformistas querían la guerra; su meta era la competencia pacifica, o la “democracia”. Pero se convirtieron en nacional chovinistas porque sus intereses materiales en el capitalismo eran nacionalistas (y sindicalistas, como observo Luxemburgo); sus verdaderas lealtades eran a “sus” propios sectores de capital. Uno de los resultados de la expansión imperialista fue la habilidad de la burguesía de cederle migajas a los trabajadores – principalmente a un estrecho pero socialmente decisivo estamento – como un resultado deforme de la lucha de clases.

Es que, el imperialismo súper explotaba a las poblaciones de las regiones sub-desarrolladas y utilizo parte de sus ganancias para sobornar una sección de la clase trabajadora, a la “aristocracia laboral”. Comprados por una parte de la plusvalía y, de hecho, separada de las masas de trabajadores, los aristócratas, aunque explotados por el capital, se convirtieron en una agencia política de la burguesía dentro de la clase trabajadora. Formaron la base social de las burocracias partidarias y sindicales.

Durante la guerra, Lenin y los bolcheviques, contrario a los traidores social-demócratas, levantaron la consigna, “Tornemos la guerra imperialista en guerra civil”. El significado específico y las aplicaciones de esta consigna varió durante los años de la guerra, pero siempre significó que los trabajadores no deberían aguantar la lucha de clases con el miedo a que las huelgas u otras acciones de masas entorpecieran la guerra para “sus” propias burguesías. Una consigna similar entre los social-demócratas izquierdistas alemanes fue la de Karl Liebknecht “El enemigo principal está en nuestro país”.

Tanto en Rusia como en Alemania los esfuerzos de los revolucionarios fueron fructíferos cuando los trabajadores se levantaron contra los regímenes burgueses – en ambos casos, irónicamente, los regímenes eran dirigidos por social-demócratas. La razón esencial para los resultados tan diferentes de estas guerras civiles – la victoria de los trabajadores rusos en 1917 y la derrota de los alemanes en 1919 – fue que la Revolución Rusa fue precedida por la construcción de un partido revolucionario con muchos años de experiencia independiente de lucha contra los social-demócratas del ala derecha.

La guerra provoca la ruptura real del movimiento socialista en dos partidos diferentes y contrarios creados por las condiciones ya descritas. Luego de que los reformistas dejaron de matarse, entre sí, reconocieron su común antagonismos con la Revolución Bolchevique y la creciente ola revolucionaria. Ya para el final de la guerra reconstruyeron su muy desacreditada Segunda Internacional a la cual cada partido se sumía a su propio programa nacional y todos se pusieron de acuerdo para defender al capitalismo y situarse contrarios a la Revolución Rusa.

La Revolución Rusa fue creada por la guerra. La Rusia zarista encerraba todas las contradicciones de la época. Era una fortaleza reaccionaria no solamente sobre las poblaciones dentro de sus fronteras; toda fuerza conservadora de la Europa del siglo XIX se había sostenido sobre ella durante las luchas revolucionarias. Pero a la misma vez, fue obligada a modernizarse para sobrevivir en un mundo revolucionado. Permitió a los inversionistas occidentales a invertir grandemente en una industria moderna para fortificarse asimisma militarmente contra los amagos del modernismo y la revolución dentro de sus propias fronteras y del peligro de una invasión desde el extranjero. Grandes y profundas contradicciones abundaban; los Rothchilds financiaban un régimen que agitaba matanzas de judíos y una clase trabajadora moderna surgió a la par de un campesinado que besaba los huesos de los santos. La Rusia atrasada adquirió un proletariado que se convirtió en él mas avanzado políticamente de Europa y el menos agobiado por una aristocracia laboral entronizada.

Una larga y agria disputa en el seno del movimiento socialista ruso ya había dado como resultado una ruptura entre bolcheviques y mencheviques. La división no era formalmente entre la revolución y la reforma como en el resto de Europa, ya que ambas partes estaban por la derrota de la autocrácia (aún hasta los reformistas no podían estar por la reforma democrática del zarismo). Pero en otras cosas los mencheviques se diferenciaban tanto de sus aliados social-demócrata del extranjero, sostenían que era necesaria una revolución democrático-burguesa en Rusia para permitir un período de desarrollo capitalista.

Es decir, su meta “revolucionaria” no era el poder para los trabajadores sino el mismo capitalismo “democrático” del occidente. Su aparente centrismo simplemente reflejaba la inconsistencia entre sus ideales reformistas y la inescapable necesidad de una revolución en Rusia.

Los bolcheviques también creían que las tareas inmediatas de la revolución eran democrático-burguesas: la división de la tierra entre el campesinado, el sufragio universal, la libertad de organización para los trabajadores, derechos nacionales para los pueblos sojuzgados, y la disolución paulatina de todas las barreras pre-capitalistas a la expansión industrial. Pero los dos partidos se diferenciaban sobre la función del proletariado. Los “ortodoxos” mencheviques asumían que la clase trabajadora apoyaría la llegada al poder de la burguesía y de esta manera recogerían los frutos de la industrialización capitalista y la democracia; entonces habría suficiente desarrollo para la revolución socialista cuando el tiempo madurase. Mientras que los bolcheviques argüían que la clase trabajadora se vería obligada a arrebatarle el poder a la burguesía reaccionaria y pro-capitalista y desarrollar el capitalismo por cuenta propia – a través de su propio gobierno en alianza con el campesinado. La consigna de Lenin, la “dictadura democrático revolucionaria del proletariado y el campesinado”, resumió el programa bolchevique durante los quince años anteriores a 1917.

La “dictadura democrática” hubiese sido, en las palabras de Lenin, “burguesa en su esencia económica y social” aunque dominada políticamente por el proletariado. (“Democrática” en su contenido significa democrático-burguesa.) La revolución no podía ser socialista por la razón que de no podía emprender la expropiación de la gran propiedad de la tierra a favor del campesinado – un paso que mantendría la propiedad en las manos de los campesinos pequeño-burgueses, la gran mayoría de la población rusa.

La teoría de Trotsky

La formula bolchevique encerraba una profunda contradicción: la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado inevitablemente se intensificaría si la burguesía sostenía las riendas económicas y el proletariado controlaba el estado. Trotsky ya lo había señalado, en las postrimerías de la revolución de 1905, que si la revolución fuese triunfante la contradicción tenía que resolverse prontamente: o los trabajadores se verían obligados a disciplinar y finalmente expropiar a la burguesía, o el gobierno de los trabajadores y campesinos se vería obligado a concederle a los capitalistas y abandonar su defensa de las masas.

Junto a los bolcheviques y contra los mencheviques, Trotsky reconoció que la burguesía era incapaz de dirigir una revolución contra el zarismo. Sus familias y propiedades se encontraban demasiado ínterpenetradas con la nobleza y los terratenientes para alentar la toma de tierras u otras invasiones de los privilegios pre-capitalistas. En cuanto a los derechos de las masas oprimidas, el creciente proletariado de las ciudades era demasiado una amenaza para reducir la represión autocrática. Trotsky resumió en retrospectiva sus diferencias con el dirigente menchevique Plejanov:

“Plejanov obviamente y muy testarudamente cerró sus ojos ante las conclusiones fundamentales de la historia política del siglo XIX: cuando el proletariado se presenta como una fuerza independiente la burguesía se traslada al campo de la contrarrevolución. Lo más audaz de la lucha de masas, lo más rápida la degeneración reaccionaria del liberalismo. Nadie ha inventado los medios para paralizar los efectos de la ley de la lucha de clases”.

Es decir, cuando el proletariado no solamente crece en peso pero también entra en movimiento social – cuando se convierte en una fuerza “independiente” – entonces toda la propiedad es amenazada, no solamente la propiedad pre-burguesa. No es una sorpresa que la burguesía le huya a la revolución.

“Las masas se pueden levantar hasta llegar a la insurrección solamente bajo la bandera de sus propios intereses y consecuentemente en el espíritu de irreconciliable hostilidad hacia las clases explotadoras comenzando con los terratenientes. La ‘repulsión’ de la burguesía opositora hacia los trabajadores y campesinos revolucionarios es, por consiguiente, la ley inquebrantable de la misma revolución...” (Trotsky, Tres concepciónes de la Revolución Rusa, 1939)

Esta fue la base de la teoría de la revolución permanente de Trotsky. La razón por la cual el capitalismo se había tornado reaccionario, la revolución socialista era necesaria para lograr las tareas democráticas hasta entonces incumplidas. El campesinado también se rebelaría contra las clases explotadoras pero es incapaz de sostener el poder independientemente. Pero, por su inmensa cantidad en Rusia, sería la fuerza decisiva para decidir el resultado de la revolución, dependiendo de cual clase urbana apoyaba. El proletariado no tenía otra alternativa que llevar a cabo las tareas democráticas de la revolución bajo su propia bandera con el apoyo del campesinado.

Además, con las condiciones del atraso ruso, el estado obrero se vería obligado a extender la revolución a través del continente a los países más avanzados. Rusia carecía mucho de la productividad material y de la abundancia necesaria para lograr el comunismo. Junto a los hilos capitalistas que ataban a Rusia a la economía mundial, este hecho significaba que el socialismo podría lograrse allí solamente mediante una revolución proletaria internacional. El entendimiento tradicional del marxismo que consistía en que la revolución proletaria tenía que ser internacionalista era reforzada para Rusia como una necesidad manifiesta.

Los soldados, trabajadores y campesinos derrotaron al zar en febrero de 1917. Bajo la dirección de los mencheviques y los social-revolucionarios (SR’s), le entregaron el poder a la burguesía. Pero mantuvieron un “poder dual” volátil al organizar el soviet: consejos democráticos con bases en las masas representando a trabajadores, soldados y campesinos que mantenían un poder de veto efectivo sobre todos las acciones del gobierno. En el campo, donde el campesinado había sido devastado por la pobreza y la guerra, la traición de las aspiraciones democráticas por parte de la burguesía gana un vasto mar de campesinos sin tierra al programa de extender la revolución bajo la dirección del proletariado.

La contradicción en la teoría de los bolcheviques había llegado a un desenlace. La 1era. Guerra Mundial y su entendimiento del imperialismo empujaron a Lenin a cambiar su estrategia. Reconoció que Rusia, aun bajo un gobierno capitalista “democrático” dirigido por el proletariado, permanecería inevitablemente subordinada a los poderes Occidentales. Pero se vio obligado a luchar contra la tradición social-demócrata completa y hasta los mismos dirigentes de su propio partido para convencer a los bolcheviques a renunciar al apoyo del gobierno provisional colaboracionista de clases (que incluía a ministros burgueses, mencheviques y social-revolucionarios (SR’s)). Y ampararse en una revolución socialista y no simplemente en una democrático-radical.

“La persona que ahora hable solamente de una ‘dictadura revolucionario-democrática del proletariado y del campesinado’ esta muy atrasada, consecuentemente se ha ido al lado de la pequeña-burguesía contra la lucha de clases proletaria; esa persona debería ser enviada al archivo de antigüedades ‘bolchevique’ pre-revolucionario”. (Lenin, Cartas sobre la táctica, Abril 1917)

Dirigidos por los bolcheviques, los trabajadores tomaron el poder estatal en Octubre. El soviet central inmediatamente apoya la toma de la tierra por el campesinado; de igual manera, le concedió la autodeterminación a las minorías nacionales en la “prisión de naciones” zarista. La Rusia atrasada, “el eslabón más débil de la cadena imperialista” de Lenin, había abierto el camino al socialismo. Mas tarde cuando Lenin concluye los logros de la revolución, reconociendo de hecho que la estrategia de los bolcheviques durante 1917 había guiado hacia la revolución permanente.

“Comenzando en abril de 1917, sin embargo, mucho antes de la Revolución de Octubre, es decir, mucho antes de asumir el poder, declaramos públicamente y explicamos a la gente: La revolución ahora no puede detenerse en esta etapa, por la razón de que el país ha marchado hacia adelante, el capitalismo ha avanzado, la ruina ha alcanzado dimensiones fantásticas, que (si uno lo quiera o no) demandara de pasos hacia adelante, al socialismo. No existe otra manera de avanzar, de salvar este país cansado de guerra y aliviar los sufrimientos de la gente trabajadoras y explotadas.

“Las cosas se han tornado tal y como habíamos dicho. El curso trazado por la revolución ha confirmado lo correcto de nuestro razonamiento. En primer lugar, con ‘todos’ los campesinos contra la monarquía, contra los terratenientes, contra el medioevo (y hasta este punto, la revolución se mantiene burguesa, democrático-burguesa. Entonces, con los campesinos pobres, con los semi-proletarios, con todos los explotados, contra el capitalismo, incluyendo los ricos de la ruralia, los kulaks, los usureros, y hasta este punto la revolución se convierte socialista”. (Lenin, La revolución proletaria y el renegado Kautsky, 1918)

La revolución permanente dependía del hecho de que el capitalismo sé había tornado reaccionario. Esto lo ataba íntimamente a la teoría del imperialismo de Lenin. No fue un accidente que, bajo el impacto de los eventos revolucionarios, Lenin vio a través de los errores de su teoría de la “dictadura democrática” que sostendría las relaciones capitalistas.

El capitalismo, una vez la fuerza principal para derrocar los obstáculos feudales y de avanzar las fuerzas productivas y los derechos democráticos, sé había convertido en el principal obstáculo para su extensión. Las formas de propiedad legadas por las sociedades feudales y despóticas podrían sobrevivir, pero su contenido se convertiría capitalista. La Revolución Rusa probó en la práctica que el capitalismo ya no podía ser progresista, aun en un vasto país que, a pesar de su atraso, fue el quinto poder industrial del mundo.

La revolución permanente y la época

Con todas sus profundas implicaciones, la teoría de la revolución permanente fue considerada originalmente por Trotsky como especifica solamente a las condiciones rusas. Para lograr generalizarla hizo falta el surgimiento de mas levantamientos proletarios revolucionarios, especialmente la Revolución China del 1925-27. Fue extendida no solamente a otros países atrasados económicamente sino a todos: la revolución permanente se convirtió en la estrategia proletaria para la época imperialista.

La fuerza de las teorías combinadas de la revolución permanente y la época imperialista fue ilustrada por la aplicación de parte de Trotsky de ambas desde un ángulo negativo en 1928: ¿Qué ocurriría si la revolución proletaria no se daba?

“El carácter explosivo de esta nueva época, con sus cambios repentinos de mareas y reflujos políticos con sus luchas de clases constantes e espasmódicas entre el fascismo y el comunismo, se alojó en el hecho de que el sistema capitalista internacional ya se ha desgastado completamente y ya no es capaz de progresar en su totalidad. Esto implica que sectores industriales y países individuales no son capaces de crecimiento y no crecerán mas, aun a un ritmo sin precedentes. Sin embargo, el desarrollo procederá y tendrá que preceder en detrimento al crecimiento en otras ramas de la industria y de otros países. Los gastos incurridos por el sistema productivo del capitalismo mundial se devora el ingreso mundial a un grado creciente. Y ya que Europa, acostumbrada a la dominación mundial, con la inercia adquirida de su rápido, y casi ininterrumpido crecimiento del período pre-guerra, choca ahora más contundentemente que en los otros continentes con sus

nuevas relaciones de fuerzas, la nueva división de los mercados mundiales, y las contradicciones empeoradas por la guerra. Es precisamente en Europa que la transición de la época ‘orgánica’ a la época revolucionaria fue particularmente muy precipitada.

Teóricamente, para estar seguro, aun un nuevo capitulo de progreso capitalista general en el país mas poderoso, dominante y dirigente no se excluye. Pero para esto, el capitalismo primero se verá obligado a sobreponerse a las barreras de clase como también de carácter interestatal. Tendría que estrangular la revolución proletaria durante mucho tiempo; tendría que esclavizar a la China completamente, derrocar a la república soviética, y varias cosas más. Todavía nos encontramos muy retirados de todo esto”. (Trotsky, El Tercer Internacional despues de Lenin)

Esto fue un pronostico a largo plazo, hecho cuando tales eventos eran solamente posibilidades teóricas. Pero el aislamiento de la Rusia proletaria revolucionaria, la contínua traición de los social-demócratas y la burocratización del estado soviético pavimenta la vía para todo lo que nos advirtió Trotsky: La estrangulación de las revoluciones de trabajadores, la subordinación de la China al imperialismo, los triunfos del fascismo, y muy crucialmente, “la derrota de la república soviética”, es decir, la destrucción del estado obrero desde adentro. El capitalismo, incapaz de florecer de cara a la clase trabajadora movilizada, fue capaz de renovarse sobre la base de una serie de derrotas de la clase trabajadora. Los eventos de las últimas décadas también han confirmado de una manera negativa la estrategia de la revolución permanente: revoluciones no-proletarias (en la China, Europa oriental, África, etc.) no fueron capaces de romper el agarre de estrangulación imperial o establecer los derechos básicos democrático-burgueses.

El eslabón entre la época del imperialismo y la estrategia de revolución permanente se ha cambiado por dos lados. Si se comienza desde la teoría social-demócrata del contínuo progreso del capitalismo:

“Es una paradoja y una ironía que Trotsky haya aceptado el análisis sobre el imperialismo de Lenin basándose en el capitalismo monopolista y luego procedió a proclamar la época revolucionaria basándose en el deslizamiento irreversible hacia abajo del desarrollo capitalista. La ascensión del capitalismo monopolista había removido la inevitabilidad de cualquier deslizamiento subyacente, y había engrandado la posibilidad de una intervención gubernamental efectiva para estimular la expansión capitalista”. (Geoff Hodgson, Trotsky and Fatalistic Marxism, 1975)

Este asesoramiento solamente se podía haber escrito bajo el impacto del éxito posguerra (2nda Guerra Mundial), y, además, desde el interior de uno de los países imperialistas más prósperos. Es el bersteinismo actualizado y hecho más absurdo: Berstein por lo menos no tuvo que rendir cuentas sobre el fascismo, las dos guerras mundiales, y la miseria de cientos de millones en el mundo sub-desarrollado insistiendo a pesar de todo ésto en la capacidad del estado burgués para sobreponerse a las desigualdades del capitalismo.

La inhabilidad de los social-demócratas para percibir el deslizamiento hacia debajo de la economía a la altura de 1975 refleja su abandono del marxismo y su función como apologistas de los intereses burgueses.

El otro reto a la revolución permanente proviene de los analistas “tercermundistas”, que reconocen mas de la realidad del mundo moderno pero analizan desde el punto de vista de la estrategia política solamente un poco mejor que los social-demócratas:

“La teoría de la ‘revolución permanente’ de Trotsky... envuelve un análisis en cuanto a desarrollo desigual, pero esta teoría no esta eslabonada directamente al problema del imperialismo y el rol de la periferia en la revolución socialista; porque Trotsky permanece ‘economicista’ y mantiene una visión ‘orientada al Occidente’, subestimando la importancia de la cuestión campesina y colonial”. (Samir Amin, Imperialism and Unequal Development, 1977)

A Trotsky le ponen la etiqueta de “economicista” y orientado hacia el Occidente porque mantiene junto a Marx y Lenin, que la revolución proletaria en los países avanzados es necesaria para proveerle una base material para lograr el socialismo autentico. Por lo tanto, lo culpan por hacer el rol del “tercer mundo” menos central; de igual manera, por su insistencia en que el imperialismo significa la época del decaimiento del capitalismo y no solamente la dominación de los países avanzados sobre el resto del mundo. Por supuesto, la posición prominente de Trotsky en la Revolución Rusa, como también la teoría que desarrolló; desmienten la afirmación que él subestima la importancia de la revolución socialista en los países atrasados. Aquellos que argumentan de tal manera están enterrando la cuestión de clase; rechazan la revolución proletaria en los países oprimidos a favor de las revoluciones nacionales burguesas.

Los mencheviques de 1917 y los estalinistas tercermundistas de hoy representan la misma corriente política: Ambas enfatizan una “etapa” democrática-burguesa, en vez, del socialismo proletario. Estos revolucionarios anti-obreros también tienen mucho en común con el programa contrario de la social-democracia. Todos están de acuerdo que el proletariado no tiene justificación para su propia revolución y, en vez, debería apoyar la revolución nacionalista o las reformas de la pequeña-burguesía.

El partido revolucionario

A pesar de su teoría de “la dictadura democrática”, Lenin lucha a favor de la organización independiente de los trabajadores de hasta la burguesía anti-zarista. Atacaba consistentemente a los mencheviques por seguir a los representantes burgueses. Denunció a los social-revolucionarios por tratar de construir un partido multi-clase de trabajadores y campesinos pequeño-burgueses. Pero su propio entendimiento del partido del proletariado tenía que desarrollarse y cambiar antes de convertirse en instrumento de la revolución socialista.

La revolución proletaria fue posible en la Rusia atrasada porque el desarrollo desigual y combinado había creado un proletariado centralizado con un nivel de organización y conciencia política. Pero no era una clase unida. De igual manera, que la igualdad es violada entre los capitalistas en la época del decaimiento, también crea desigualdad entre los trabajadores.

La conciencia revolucionaria no podía desarrollarse de una manera unitaria a través del partido social-demócrata tradicional de toda la clase que intentaba representar tanto el estamento aristocrático como la masa de trabajadores súper-explotados.

La larga y duradera lucha entre bolcheviques y mencheviques por la dirección de la clase trabajadora rusa fue un conflicto entre diferentes estamentos del proletariado. Los reformistas aceptaban la lucha de clases dentro de los confines de la ley del valor, con el propósito de regatear sobre la venta de la fuerza de trabajo en el interés de los trabajadores mejor pagados. El partido bolchevique, al contrario, fue formado en oposición consciente al capitalismo y se dedicaba a lograr las necesidades de la clase en su totalidad, especialmente los trabajadores mas oprimidos sin ninguna atadura al sistema.

Aunque el partido revolucionario represente los intereses reales de la totalidad de la clase trabajadora, no puede contener a todos los trabajadores. La conciencia de los trabajadores se desarrolla a diferentes ritmos de crecimiento, especialmente en esta época cuando el capitalismo se ve obligado a profundizar viejas y crear nuevas divisiones de clase. La espontaneidad, la dependencia sobre la militancia sin dirección consciente, no es la respuesta. Si aquellos con conciencia que se encuentran bajo la dominación de la burguesía (mediante la intermediación de la burocracia pequeña-burguesa), la clase en su totalidad nunca alcanzará la conciencia revolucionaria.

Lenin enseña durante muchos años que la dominación burguesa, no importa todo lo decadente que se pusiera, no desaparecería por cuenta propia; era necesaria una lucha disciplinada para destruirla.

La vanguardia del proletariado no solamente se vería obligada a aumentar el entendimiento social de los compañeros trabajadores; tendrían que organizarse independiente y estrechamente para poder alcanzar un impacto material significante. El partido revolucionario que encarna la conciencia avanzada y la disciplina centralista democrática era por lo tanto necesario. Este es otra tema crítico en el cual Lenin sé oponía a Luxemburgo; a pesar de su temprana percepción acerca del reformismo del SPD, Luxemburgo solamente comenzó a construir el partido de cuadros revolucionario luego de que comenzara la Revolución Alemana.

El centralismo democrático, por supuesto, no tiene nada en común con la parodia de los estalinistas y los críticos burgueses. No significa una dictadura de arriba hacia abajo pero sí un funcionamiento sistemático y científico. Los puntos de vista contrarios dentro del partido son debatidos – es decir, la democracia; la visión de la mayoría se convierte en la línea del partido, y todos los miembros trabajan para realizarla – eso es el centralismo. Las posiciones decididas son de hecho examinadas por el partido en su totalidad. Si son victoriosos o no, se continúa discutiendo dentro del partido, y si es necesario se podrá cambiar mediante el mismo proceso. De hecho, el partido bolchevique hasta su degeneración burocrática tuvo espacio para debates amplios y vociferos, aun en medio de la revolución y guerra civil. Por el contrario, lo debates indecisivos dentro de los partidos social-demócratas los convierten en nada mas que reuniones para hablar; donde las decisiones reales son tomadas por un grupito de oficiales a espaldas de sus miembros y la clase trabajadora.

La creación del soviet por los trabajadores rusos durante las revoluciones de 1905 y 1917 fue la gran prueba para el partido revolucionario. Los soviet fueron teatros de interacción entre los diferentes estamentos de trabajadores. La gran mayoría de los trabajadores participaron en ellos y en otras instituciones clasistas: las milicias, los comités fabriles, los sindicatos, etc. Aunque todos los trabajadores no estuviesen conscientes de ello, los soviet representaban un reto directo al derecho de los burgueses al poder estatal. Ellos en sí eran instrumentos de poder dual pero no necesariamente de revolución; lo que los convirtió revolucionarios en 1917 fue la victoria de los trabajadores más avanzados y los bolcheviques en su lucha por la dirección. Sin ésto los soviet eventualmente hubiesen caído en las retiradas y traiciones del gobierno provisional y de los partidos reformistas.

La pequeña burguesía vs. la clase trabajadora

Es importante aclarar uno de los mitos estándar acerca del Leninismo: el partido proletario depende fundamentalmente de los esfuerzos de revolucionarios no-proletarios. Este mito se basa en una verdad parcial, explicamos: en 1902 Lenin criticó a aquellos “que se imaginan que el movimiento obrero clara y simplemente puede elaborar, y elaborará una ideología independiente por sí mismo, si los trabajadores le arrebatan sus destinos de las manos a los dirigentes”. Continuó para aclarar este punto explícitamente al citar las palabras “profundamente ciertas e importantes” de Karl Kautsky:

“El socialismo y la lucha de clases surgen uno al lado del otro y no uno del otro; cada cual surge bajo condiciones diferentes. La conciencia socialista moderna puede surgir solamente sobre la base de un conocimiento científico profundo. De hecho, la ciencia económica moderna es una condición tan imprescindible para la producción socialista como sería, la tecnología moderna, y el proletariado es incapaz de crear ni la una ni la otra. Ambas surgen del proceso social moderno. El vehículo de la ciencia no es el proletariado, pero sí la intelectualidad burguesa. Fue en la mente de individuos de ese estamento que originó el socialismo moderno, y fueron ellos los que comunicaron estas ideas a los proletarios más desarrollados intelectualmente quienes, a su vez, lo introdujeron en la lucha de clases proletaria donde las condiciones así lo permitían.

“De este modo, la conciencia socialista es algo introducido a la lucha de clases proletaria desde afuera y no algo que surge desde adentro espontáneamente.” (Lenin, ¿Qué Hacer?)

Además, Lenin comenta, “Si los intelectuales no introducen las ideas socialistas dentro del proletariado, los trabajadores se quedarán solamente con una conciencia sindicalista, y el sindicalismo significa la esclavitud ideológica de los trabajadores por la burguesía”.

Es decir, se tiene que escoger entre el sindicalismo de los trabajadores o el socialismo de los intelectuales – entre el reformismo o la revolución. Lenin nunca fue quién para moderar sus palabras para esconder sus ideas, y eso fue lo que escribió. Lo que no se sabe a ciencias ciertas es si él cambió su idea respecto a este asunto. Aun entre los trotskistas, la sentencia de Lenin sobre la naturaleza reformista de la conciencia proletaria espontánea es a veces interpretada desde el punto de vista ortodoxo. Por esta razón, es necesario citar a Trotsky para demostrar que Lenin cambio su opinión.

“De acuerdo con las representaciones de Lenin, el movimiento obrero, cuando es dejado a sus propios motivos, se inclina irrevocablemente hacia el oportunismo; la conciencia de clases revolucionaria era llevada al proletariado desde afuera, por los intelectuales marxistas... [Él] mismo subsiguientemente reconoció la naturaleza preenjuiciada y, de hecho, el error de su teoría, que había introducido como un cañonazo en a batalla contra el ‘economicismo’ y su respeto a la naturaleza elemental del movimiento obrero”. (Trotsky, Stalin)

Otro comentario siguiendo la misma línea de pensamiento fue hecho de pasada, como si todos lo entendiesen. Lenin, a veces, cometía errores no solamente sobre asuntos menores sino también mayores. Pero se corregía a tiempo... Pléjanov tenía razón sobre su crítica de la teoría de Lenin del desarrollo del socialismo ‘desde afuera’.

La opinión de Trotsky sobre esta cuestión es clara. También hay varias afirmaciones de Lenin que demuestran la certeza de las conclusiones de Trotsky. Una es de un articulo sumario sobre la revolución de 1905:

“A cada paso los trabajadores encaran su enemigo principal – la clase capitalista. Combatiendo a su enemigo, el trabajador que se convierte en un socialista llega a realizar la necesidad de una reconstrucción completa de la totalidad de la sociedad, la completa abolición de la pobreza y toda opresión”. (Lenin, Lecciónes de la revolución)

Una referencia anterior surgió del levantamiento mismo de 1905:

“La clase trabajadora es instintiva y espontáneamente social-demócrata (socialista), y más de diez años de trabajo por los social-demócratas (socialistas) ha hecho mucho para transformar la espontaneidad a conciencia”. (Lenin, La reorganización del partido)

Estos pasajes reflejan un nuevo entendimiento que Lenin logro como resultado de las acciones obreras de 1905. El hecho de que la revolución de los trabajadores fue lo que enseñó estas lecciones es en sí la prueba dialéctica de que la conciencia socialista se desarrolla no fuera del proletariado sino mediante su propio movimiento. Lenin utiliza este nuevo entendimiento durante el resto de su vida y lo expandió cuando analizó la transformación del capitalismo al imperialismo. El reformismo puede ser una visión dentro de la clase trabajadora en tal o cual momento, aun la más predominante. Pero esto es materia de coyuntura, no representa la visión histórica legal del proletariado cuando se enfrenta al empuje por la extracción de la plusvalía de su enemigo capitalista.

Por otro lado, la pequeña burguesía tiene intereses materiales profundamente enraizados en la sociedad burguesa. Su perspectiva inevitable es reformar las desigualdades del sistema y trabajar a favor de la paz de clases mediante la colaboración de clases. Estos son deseos utópicos, dado las compulsiones del sistema, y la pequeña burguesía está destinada a someterse crecientemente a la gran burguesía en la medida que se centralice el capital.

Sin embargo, dado la decadencia del capitalismo, las azotadas masas pequeño burguesas se pueden ganar a la dirección proletaria. Pero en la época imperialista los dirigentes pequeño burgueses llegan a desempeñar una función mayor en las organizaciones de los trabajadores.

Como notare Luxemburgo contra Bernstein:

“La cuestión de la reforma y la revolución, de la meta final y el movimiento, es básicamente, en otra forma, solamente cuestión del carácter pequeño burgués o proletario del movimiento obrero.” (Reforma o Revolución)

La percepción de Luxemburgo es profunda. Durante décadas y desde entonces, el carácter de clases de los partidos a los cuales las masas de trabajadores se han unido, ha sido la cuestión decisiva de cada revolución. Sobre esta cuestión estaba muchos años más adelantada que Lenin, quien solamente entendió completamente el rol de la burocracia pequeño burgues en los partidos de la clase trabajadora y sindicatos mucho más tarde, cuando éstos traicionaron al internacionalismo proletario a comienzo de la 1era. Guerra Mundial. Fue este choque que inspiró a Lenin a renovar su estudio del cambio capitalista y, por ende, su teoría del imperialismo.

El marxismo de los intelectuales

Leninistas de la última ola mal representan a Lenin de dos maneras. Por una parte, Cliff, el padre ideológico de la OSI (en Puerto Rico), en su biografía cita ambos pasajes de Lenin mencionados anteriormente. Pero trunca uno de los pasajes y lo deja de la siguiente manera; “La clase trabajadora es instintiva y espontáneamente social-demócrata”. De esta manera deshonesta transforma al dirigente y paciente maestro del proletariado en un espontaneista.

Cliff tiene un interés creado en reclamar que la clase trabajadora es inherentemente socialista y no reformista – no por una fe en la capacidad de clase de alcanzar una conciencia revolucionaria, pero sí por la razón opuesta. Su propia estrategia es de confeccionar su programa hacia los trabajadores a las demandas reformistas que ellos levanten espontáneamente. La idea es que la militancia sindicalista, aunque esté entre mezclada con visiones políticas anti-revolucionarias, llegarán al socialismo si se llevan a cabo consistentemente. Tal método es una cubierta para ir a la rabiza de lo atrasado de la clase trabajadora.

La tendencia Cliff es por un partido revolucionario con inconsistencias centristas. La conclusión programática de una obra clave sobre el estalinismo no menciona para nada al partido revolucionario. (Chris Harman, Bureaucracy and Revolution in Eastern Europe)

El libro de Cliff acerca de Rusia lo menciona como un pensamiento posterior sin elaborar, literalmente en las últimas palabras del último capitulo. Durante años los fundadores de esa tendencia se han basado en la teoría casi-espontaneista de la organización; sus gustos cambiaron hacia el “Leninismo” con los vientos políticos de la década de los sesenta. El hilo consistente es su noción del partido como una red organizadora que puede eslabonarse a la lucha de clases militante y ganar su apoyo. Cuando predominaban las actividades estudiantiles y de la juventud, la noción era espontaneista; cuando calentaron las luchas obreras, se adelanto una red “bolchevique”. A través del tiempo, la organización que encarna un programa político y lucha por ese programa contra todas las tendencias en el movimiento obrero – la teoría y práctica de Lenin – ha sido absolutamente ajena a ellos.

Por otro lado, los trotskistas más “ortodoxos” han dependido de la posición de Lenin de 1902 para justificar su entendimiento de que no se puede confiar en los trabajadores si no media la intervención de afuera de la clase. Por esta razón, el grupo británico Poder Obrero (Workers’ Power) sostienen en su “Tesis sobre el reformismo” que los “nuevos dirigentes, a veces de la variedad reformista izquierdista militante” como la “burocracia conservadora y entronizada”, ambas “reflejan la conciencia de los trabajadores que los eligen. Como tal ellos representan, y se convierten en los medio para mantener, las limitaciones reformistas de la conciencia de estos trabajadores.” En simples palabras, los trabajadores afables les toca los dirigentes que se merecen.

Típicamente, la presentación mas extrema de esta posición proviene de la tendencia espartaquista, auto-identificada como un elemento de clase externo: “La conciencia socialista se basa en el conocimiento de la historia de la lucha de clases y, por ende, requiere de la infusión al proceso de la lucha de clases de concepciones socialistas llevadas allí por intelectuales declasados organizados como parte del partido de vanguardia. La revolución socialista no ocurre mediante la intensificación de la lucha de clases tradicional, pero si requiere un salto desde un punto de ventaja desde afuera de la sociedad burguesa por completo” (Marxist Bulletin No. 9).

Nada que pronunció o escribió Lenin puede justificar este increíble reclamo que la conciencia socialista llega al escenario histórico como un deus ex machina desde afuera de la sociedad burguesa. Esta es solamente una presunción pequeña burguesa de que su empresa altruista flota mas arriba de los apetitos terrenales e intereses egoístas de todas las clases bajo el capitalismo, los trabajadores incluidos. Las aspiraciones de la clase trabajadora a favor de una vida decente son equiparadas con la verdadera avaricia de la burguesía por la plusvalía. No fue un salto en nada para que tal grupo se deleitara con la supresión de millones de trabajadores polacos por el régimen de Jaruzelski en 1981, basándose que demandaban “el almuerzo gratis mayor que jamás haya visto el mundo”.

Es muy significativo que ninguno de los trotskistas ortodoxos haya tratado de aclarar sus rechazos de las opiniones de Lenin y Trotsky. No decimos que deberían estar de acuerdo automáticamente, claro esta, pero están bajo la obligación de explicar porqué están en desacuerdo y dónde se equivocó la tradición marxista. La razón fundamental de su fracaso es que la cuestión es una de clase, una materia sobre la cual se puede entender que ellos están muy sensitivos acerca de exponer públicamente sus desacuerdos.

Las concepciones anti-obreras de los marxistas de la clase media son a veces explicitas y otras veces escondidas. Pero aceptan implícitamente el entendimiento como materia de sentido común para ellos que el proletariado es inherentemente reformista y consecuentemente visualizan una distancia entre ellos, los revolucionarios, y la clase trabajadora. Lenin, por el contrarios, aprendió que la dirección por la cual el partido revolucionario lucha es una relación dentro de la misma clase trabajadora, y no entre intelectuales y proletarios. El mismo, un hombre de orígenes clase media que unió su vida al proletariado, cambió su entendimiento sobre la espontaneidad mediante las lecciones aprendidas del mismo proletariado revolucionario.

Lenin y Trotsky reconocieron que el proletariado podía utilizar los conocimientos y habilidades de los intelectuales de la clase media. Pero como señaló Trotsky, sin Marx y Lenin, “La clase trabajadora hubiese elaborado las ideas que necesitaba, y los métodos necesarios para hacer cumplir estas ideas, pero mucho mas lento”.

La pregunta para nosotros hoy no es si simplemente el movimiento de la clase trabajadora necesita intelectuales en sus filas que estén listos a luchar contra el capitalismo que los entreno como sus sirvientes; ésto es todavía una verdad. Estamos, también, obligados a bregar con el problema de un estamento grandemente ampliado de la clase media que escoge traicionar no al capital sino a la revolución proletaria – para sus propios intereses pero en nombre del marxismo.

Como hemos visto, esta “intelectualidad clase media nueva” surgió de las necesidades del capitalismo monopolista de estado. Juega una importante función en la sociedad, extendiéndose desde la clase trabajadora cuello blanco hasta los burócratas sindicales, académicos, literatos, supervisores de bajo nivel y técnicos – los que arreglan todo, mediadores y creadores de mitos ideológicos.

El estado en expansión es una fuente mayor de empleo, pero ésta no es la única razón para el enamoramiento de los intelectuales con el poder estatal. La intelectualidad es débil y desorganizada dentro del capitalismo, sin un rol independiente en el proceso de producción. Amenazados por gigantescos monopolios, por un lado, y por otro lado, por la vasta y insatisfecha clase trabajadora, los elementos de la clase media viran sus ojos hacia el estado como una institución que yace por encima de la sociedad y que bajo su guía puede actuar racionalmente para el bien de todos.

El deseo de racionalidad en un mundo que gira fuera de control es fundamental. La distribución racional de los recursos es superior a la competencia tumba cuello, y por ésto la ideología clase media refleja las gestiones del estado y los monopolios para eliminar la anarquía (a pesar de su propaganda de “mercados libres”). Por esta razón es que el intelectual se opone a menudo a la competitividad y el estrecho interés propio de la vieja pequeña burguesía, se ve a sí mismo, altruista, el buen ciudadano independiente de los estrechos intereses especiales. No entiende que actúa bajo su propio interés social derivado de su función en el capitalismo, o de su propia imagen de una sociedad racional de libre competencia, como quiera, es una conciencia falsa, precisamente la ideología necesaria para defender al capitalismo monopolista de estado y especialmente a sus sectores estatizados.

Sin una alternativa, el único camino real al poder para la intelectualidad es atarse a la burguesía, como hacen los intelectuales liberales – o al proletariado, como hacen los intelectuales mas radicalizados. De allí, la popularidad del reformismo, el socialismo de economía mixta, el estalinismo (hasta hace poco) y una docena de otros “socialismos pequeño burgueses” que tratan de amarrar la lucha de clases contra el capitalismo. Estas ideologías no tienen nada en común con los intereses de la clase trabajadora, que es sobreponerse a todas las acciones del capitalismo, incluyendo las leyes que los intelectuales ven como racionales. Cualquier otra cosa sirve para prolongar la agonía de un sistema en decadencia senil.