Este artículo se publicó por vez primera en ingles en el periódico de la LRP Socialist Action, febrero 1980.


¡Defendamos la revolución afgana!

Los marxistas revolucionarios apoyan la revolución contra la contrarrevolución. Esta proposición, una vez tan común para repetirla, ha sido profundamente reinterpretada por la increíble reacción de la izquierda norteamericana a la invasión imperialista rusa de Afganistán. Los maoístas leales a la China apoyan a los reaccionarios tribales debido a que se enfrentan a los rusos (como a la revolución afgana, que han opuesto desde que comenzó en abril del 1978). Por otro lado, el Partido Comunista pro-Moscú apoya la invasión “para defender el gobierno revolucionario afgano” asesinando a sus dirigentes y derrocándolo.

No es de sorprender que ambas alas del estalinismo se alinean a una forma de contrarrevolución u otra; Trotski ya había señalado hacia el rol consistentemente reaccionario del estalinismo tarde en los 1930’s. A estas alturas el manto ideológico del estalinismo de ambos modelos – el ruso y el chino – se han convertido obviamente insuficientes. Pero las organizaciones seudo-trotskistas se han apresurado a pegarles parchos, apoyando a las varias fuerzas contrarrevolucionarias en Afganistán. No es placentero observar que, a nuestro conocimiento, ninguna otra organización que reclama el trotskismo está por la defensa de la revolución afgana contra todos sus enemigos.

¿En que consistió esta revolución? En abril del 1978, el nacionalista burgués Partido Democrático del Pueblo (PDP) dirigido por Nur Mohammed Taraki derroco al régimen cuasi-monárquico y se embarco en una serie de reformas democráticas contra atrasadas tradiciones pre-capitalistas del país. Estas incluían derechos sindicales, reformas agrarias para las masas rurales, la cancelación de algunas deudas de los campesinos a los usureros, una campaña masiva de alfabetización tanto para las mujeres como para los hombres y otros derechos para las fuertemente oprimidas mujeres, la separación del estado y la religión, y una creciente fiscalización contributiva a los negocios de los extranjeros.

Los rusos apaciguan a la reacción musulmana

La revolución confronto unas inmensas dificultades, debido no solamente al hecho que los nuevos gobernantes llevaron acabo reformas incompletamente y con una brutalidad extrema. Pero esto, es ya característico de todas las revoluciones nacionalistas burguesas. Ya que en gran parte estos regimenes actúan temporeramente en el interés de la clase trabajadora, los leninistas siempre los defendemos contra la contrarrevolución pero los condenamos políticamente y les advertimos a los trabajadores que inevitablemente traicionaran a las masas con la contrarrevolución. La traición ha sido el rol particular del marioneta de los rusos Babrak Karmal y del ala del PDP leal a él y a Moscú.

En septiembre del 1979, los gobernantes rusos animaron al presidente Taraki a eliminar al primer ministro Hafizullah Amin y culparlo por haber extendido muy lejos la revolución. En cambio, Amin asesinó a Taraki y trató de mantener las fallidas reformas mediante un aumento en la represión mas bien en vez de extenderlas y profundizarlas en el interés de las masas. Aunque Amin se mantuvo aliado a la Rusia del capitalismo estatizado, él actuó independientemente del deseo de Moscú que consistía en descartar la revolución por completo y lograr la paz con la mayor cantidad de secciones de los rebeldes islámicos reaccionarios. Cuando las cosas comenzaron a salir de su control, Moscú intervino para asesinar a Amin y sus socios, atacar a las restantes fuerzas revolucionarias e instalar el nuevo régimen de Karmal.

El nuevo régimen inmediatamente se movilizó para demoler las conquistas revolucionarias. Todos sus pasos inmediatos estaban dirigidos, en las palabras de un informe del New York Times, en “apaciguar a musulmanes molestos con la velocidad del viraje hacia el marxismo en Afganistán”, hasta tal punto de entregar la simbólica bandera roja por la verde de los islámicos. El “marxista” Karmal ha sido citado como favorecedor de nada menos que la construcción de una “sociedad de justicia e piedad islámica”. En palabras corrientes, esto significa el fin de la campaña contra las prácticas bárbaras de asesinar a las maestras y esclavizar a las mujeres.

En nuestra edición de enero señalamos que el proletariado internacional tenía una verdadera alternativa para apoyar contra las guerrillas contrarrevolucionarias y los invasores rusos: “las clases urbanas y secciones del ejército afgano que apoyaron la revolución de abril y los gobiernos de Taraki-Amin”. Esto ha sido confirmado repetidamente durante el último mes. Mas recientemente, el Times del 2 de febrero informó que dos unidades del ejército todavía leales a la revolución estaban apostados en un suburbio de Kabul. Los rusos temían atacarlas debido a que enfurecerían a los residentes urbanos cercanos. Es a tales fuerzas que los comunistas ofrecen su alianza en la lucha contra el imperialismo ruso y todas las formas de reacción indígena e apoyada por los EE.UU.

En cuanto a los comunistas falsos de hoy día, daremos dos ejemplos de muchos que existen. El Partido Socialista de los Trabajadores (SWP), el mas grande grupo dizque trotskista de los EE.UU., con entusiasmo vitoreo la invasión rusa como un esfuerzo para “reforzar la campaña militar del gobierno afgano contra las fuerzas contrarrevolucionarias apoyadas por los EE.UU”. No es que el SWP ignore el verdadero rol de Moscú en la supresión de la revolución; mas bien, apoya explícitamente los pasos tomados por Karmal con el propósito de “ampliar la base de apoyo del régimen y de este modo fortalecer la lucha contra la contrarrevolución” (Intercontinental Press, 21 enero) – ¡ampliándola para incluir los mulás islámicos y terratenientes, a los mismísimos dirigentes contrarrevolucionarios!

Por otro lado, los nacionalistas ex-trotskistas de la Liga Socialista Revolucionaria (RSL) adoptaron la posición maoísta y vitorearon las “revueltas populares” de las guerrillas contra la revolución afgana y los invasores rusos (quienes ellos, como el SWP y el PC, juntan). La RSL admite que las “masas” son dirigidas “probablemente” por reaccionarios, pero para ellos su apoyo descansa en el hecho de que el régimen Taraki-Amin “trato de destruir su forma de vida tradicional sin darles la mas mínima ingerencia sobre el asunto” (Torch, 15 enero).

¡Oponerse a todos los contrarrevolucionarios!

Es una noción oportunista la que mantiene que los marxistas siempre apoyan a los movimientos populares y todo lo que hacen. Los comunistas apoyan a los movimientos que van dirigidos (a pesar de sus direcciones) en dirección hacia la clase trabajadora independiente e revolucionaria, como la revolución iraní que derrocó al Shah. Los “progroms” en la Rusia zarista, las turbas de ahorcamiento de negros en el sur norteamericano, y las huelgas generales protestantes en el norte de Irlanda – todas han sido “populares” y “tradicionales” – pero reaccionarios. Seguir la lógica distorsionada de la RSL nos hubiese llevado hacia el lado de Franco en la Guerra Civil Española: como señalo Trotski, el gobierno burgués legitimista negó brutalmente tierra a los desesperados campesinos y se opuso a la autodeterminación de Marruecos, de este modo empujando a los oprimidos campesinos e marroquíes a integrarse a la cruzada de Franco.

Los avances revolucionarios en Afganistán pueden debilitar la disciplina de las tropas rusas mal-dirigidas y tener un enorme impacto sobre la revolución vecina en Irán, donde la clase trabajadora ya construye consejos obreros (shoras) y socava al régimen de Khomeini. Los rusos y sus marionetas buscan aplacar la reacción islámica tanto en Afganistán como en Irán. Los imperialistas norteamericanos y sus aliados chinos tratan lo mismo mediante métodos diferentes. Una victoria para cualquier lado contrarrevolucionario en Afganistán sería una derrota para el proletariado internacionalmente. Para sobreponerse a todos los imperialismos, los trabajadores deberán destruir las pretensiones anti-capitalistas de los reaccionarios islámicos, bien sea de la variedad Khomeini o Karmal, que son tan tenues como el barniz revolucionario de los estalinistas y neo-estalinistas de hoy día.