La revolución bolchevique del 1917 que creo la Unión Soviética fue el evento decisivo de nuestra era. Por vez primera el proletariado moderno alcanzo el poder estatal e izó la bandera de la revolución socialista para los explotados y oprimidos del mundo. La posibilidad de terminar con la degradación humana había comenzado de una vez por todas. Ningún socialista puede escapar a la responsabilidad de entender las consecuencias de la destrucción de ese logro obrero monumental.

La “cuestión rusa”, el carácter de clases de la Unión Soviética, se ha debatido arduoamente desde el 1917. Comenzamos con el entendimiento de que la URSS posterior a la revolución era un estado obrero, una sociedad en transición entre el capitalismo y el socialismo y, por lo tanto, arrastraba una pesada carga capitalista. Los obstáculos que cualquier estado obrero neonato hubiese confrontado fueron particularmente onerosos en la atrasada Rusia, aislada por las derrotas de las revolucionas en el extranjero.

En las postrimerías de la revolución, el estado obrero soviético degeneró rápidamente: los avances obreros fueron removidos y la revolución internacional fue contenida y derrotada. Ya para a mediados de los años veinte, la URSS se había convertido en un estado obrero burocráticamente degenerado, y el partido revolucionario mundial -- la Internacional Comunista (IC) -- se había tornado contrarrevolucionaria. El stalinismo saboteo el avance hacia el socialismo domésticamente y en el extranjero, abandonando a la URSS a la restauración capitalista.

Capitalismo seudo socialista

A mediados de los años treinta León Trotsky, quien junto a Vladimir Lenin había dirigido la victoriosa revolución, alentaba la posibilidad de una “revolución política” para restaurar el poder proletario y preservar los avances socialistas. A finales de la década, él pensaba que el contrarrevolucionario stalinismo había conducido a la URSS al borde de la restauración capitalista. Aunque, fuese un estado obrero un tanto deformado, merecía la lealtad y defensa incondicional de la clase obrera contra los ataques de los poderíos capitalistas.

Estamos de acuerdo con la visión de Trotsky hasta 1939. Pero sostenemos que la contrarrevolución culminó a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Creó una nueva clase dominante al transformar el aparato estatal y destruir al partido bolchevique; contrario a predicho por Trotsky, la restauración capitalista se había completado. Acompañando el harto conocido poder centralizado del estado stalinista, se dieron pasos cualitativos hacia la descentralización efectiva de la propiedad estatal, sentando antecedentes a los “mercados” y anarquía claramente visible en el presente.

Ya que las sociedades stalinistas han sido capitalistas en el sentido más fundamental: se basan en la explotación del trabajo asalariado por clases gobernantes foráneas al proletariado. En la época de decadencia, las operaciones internas y externas capitalistas se encuentran en todos los lugares distorsionadas de las normas burguesas tradicionales. Pero en ningún lugar se encuentran tan distorsionadas como bajo el stalinismo, donde son deformadas por los remanentes socialistas del estado obrero que la contrarrevolución usurpó.

A finales de la guerra, la Unión Soviética stalinista se había convertido en un poderío mundial dedicado a la sobrevivencia del capitalismo. Atrapó a millones bajo su propia dominación. De igual manera, en interés de los imperialistas occidentales dominantes, aplastó revoluciones obreras en Europa y traicionó las luchas de liberación en las colonias. Debido a esta derrota a nivel mundial de la clase obrera, vivimos en el presente en un mundo de pobreza esclavizada a la riqueza y de hambruna entre la abundancia. La explotación capitalista, que una vez estuvo al borde de la extinción, ahora parece por todos lados como un hecho sin reto de la vida. Las inmensas fuerzas de producción tienen un gran potencial de uso para la humanidad, pero bajo el dominio capitalista continúan presagiando la miseria de las masas, un desastre ecológico global y la guerra nuclear.

Durante décadas, la URSS y sus satélites fueron parias de las familias de naciones. Por más que explotasen a sus trabajadores y ayudasen a estabilizar al imperialismo, la burguesía mundial rehusó abrazarlos. Su reclamo del socialismo, su propiedad nacionalizada y la historia proletaria de la URSS -- le inspiraba la desconfianza a la burguesía. Sin embargo, donde existiese el potencial de revolución proletaria en el mundo stalinista, desde los consejos obreros polacos y la Revolución Húngara hasta el presente, las autoridades occidentales se tragaron su odio e hicieron un llamado a favor de reformas y estabilidad, y no para el derrocamiento de los amenazados regimenes stalinistas. Cuando las cosas empeoran, la similitud de clase cuenta mucho.

Nuestro análisis del stalinismo contrasta con el de las teorías alegadamente marxistas. Estas se dividen en cuatro categorías descriptivas: que los estados estalinistas son 1) socialistas, 2) en transición entre el capitalismo y el socialismo (estados obreros), 3) capitalistas de estado, y 4) un tercer sistema antagónico al capitalismo y al socialismo. Esta clasificación es solamente el comienzo, ya que existen disputas entre cada una de las categorías tan importantes como las que existen entre cada una de ellas. Los teóricos dentro de las mismas categorías a menudo están en desacuerdo, por ejemplo, sobre cuando la URSS se cambio a su presente forma y si la misma caracterización aplica a todos los estados de tipo soviético.

Más profundamente aun, demostraremos que el aparentemente amplio y abierto debate sobre la cuestión rusa es en realidad muy estrecho. A pesar de diferencias superficiales, las cuatro teorías comparten una visión de mundo común: niegan la lucha de clases proletaria como centro del marxismo. Por lo tanto, aunque sostenemos que el stalinismo es capitalista, no tenemos ningún acuerdo fundamental con el análisis estándar del capitalismo de estado. Y precisamente debido a que somos trotskistas, rechazamos la posición “trotskista ortodoxa” que mantiene que Rusia es todavía un estado obrero degenerado.

Examinaremos las cuatro categorías por separado. Nuestra introducción afirma conclusiones que son probadas a profundidad mas adelante en el libro, en el resto de los capítulos.

Teorías del socialismo

La idea de que los estados tipo soviéticos son socialistas depende de la simple observación de que sus economías han sido nacionalizadas. Engels contrarrestó hace tiempo esa noción de que el socialismo se puede identificar con la propiedad estatal:

Recientemente, sin embargo, desde que Bismarck adoptó la propiedad estatal de empresas industriales, ha surgido un tipo de socialismo falso -- aquí y allá degenerando hasta una clase de servidumbre -- que declara abiertamente que toda clase de propiedad estatal es socialista.

El título “socialismo” fue otorgado a la URSS por Stalin posterior a la eliminación de los empresarios privados a mediados de los años treinta. Contradice sorprendentemente el entendimiento bolchevique de que la revolución soviética había logrado no el socialismo sino un estado obrero (o la “dictadura del proletariado”) -- gobernando una sociedad en transición hacia el socialismo. El socialismo de por si mismo, una etapa especifica en el desarrollo de la sociedad sin clases, era imposible aun para los países aislados que estaban económicamente avanzados -- y por lo tanto -- tanto mas imposible para la URSS atrasada e internacionalmente bajo aislamiento obligado.

En el presente, la tesis “socialista” es sostenida, obviamente, por el partido comunista soviético y sus aliados. Su argumento principal es que la propiedad nacionalizada crea un modo de producción cualitativamente diferente al capitalismo. Mantienen que su socialismo es una sociedad que, sin importar sus problemas, es progresista en dos sentidos: defiende los intereses del pueblo trabajador, y desarrolla a las fuerzas productivas más allá de la capacidad del capitalismo. En las sociedades tipo soviéticas, se mantiene que la conciencia humana domina las leyes ciegas; la planificación social reina sobre la ley del valor que gobierna a la economía capitalista. La evidencia que es citada a menudo es que estos países tienen poco o ningún desempleo, ninguna miseria masiva comparada al capitalismo, ningunas diferencias de riquezas excesivas y ningún desperdicio debido a la duplicación del trabajo mediante la competencia.

En los años treinta se podía señalar hacia la expansión industrial soviética (a pesar de la contracción de los derechos y estándares de vida de los trabajadores soviéticos) y compararlo favorablemente con el capitalismo azotado por la depresión económica. Hoy no es posible. El colapso de Polonia a principios de los años ochenta fue el peor de cualquier país desde la Segunda Guerra Mundial; Yugoslavia es el país en Europa de mayor desempleo e inflación; los dirigentes soviéticos hablan abiertamente de los desastres económicos que se ven obligados a lidiar. La subordinación tecnológica y financiera de los estados stalinistas al capitalismo occidental torna absurdo el reclamo de que representa una nueva etapa del progreso humano.

En los años sesenta algunos izquierdistas aplicaron la tesis socialista a la China por simpatía a los esfuerzos de la burocracia china para alinearse con las luchas nacionalistas revolucionarias. Llamar a la China socialista, sin embargo, requiere de un enfoque particularmente voluntarista y anti-materialista, ya que la China revolucionaria era mas retardada por el imperialismo que la joven Rusia soviética. Un teórico principal escribió que” Lo que se lleva acabo en la China demuestra, en efecto, que el “bajo nivel de desarrollo de las fuerzas productivas’ no es un obstáculo a la transformación socialista de las relaciones sociales”. La “línea política correcta” del partido gobernante es suficiente. Siguiendo esta lógica la miseria humana se hubiese evitado desde los comienzos si únicamente Adam y Eva hubiesen encontrado el pequeño libro de Mao en vez de la manzana.

Un tipo diferente de tesis “socialista” es la que sostienen los marxistas académicos que aceptan (o son incapaces de retar) las concepciones burguesas prevalecientes. Tales personas escriben artículos muy eruditos sobre la “economía marxista” que exponen sobre la crisis “sistémica” del socialismo -- sin la menor vacilación sobre lo que señala esto de su entendimiento de la teoría marxista del socialismo.

Stalin proclamó por vez primera el “socialismo” en la URSS para negar su carácter proletario y decretarlo un estado “popular”. El significado antiobrero del término se extendió a todos sus usos en el presente.

Posterior a la muerte de Trotsky la mayoría de los trotskistas mantuvieron formalmente su evaluación de la URSS como un estado obrero degenerado en transito hacia la restauración capitalista o hacia una nueva revolución obrera. Pero cuando se asentó el polvo de la Segunda Guerra Mundial, desde que el stalinismo había sido capaz de llevar acabo revoluciones en la Europa oriental, la China y en otros lugares. Para mantener el termino de Trotsky (pero sin su contenido), la mayoría de los neo-trotskistas le añadieron la calificación deformado, insinuando sin declararlo, que el stalinismo no era realmente contrarrevolucionario. Durante muchos años, el principal teórico de esta posición lo fue Ernest Mandel.

Posiciones similares fueron sostenidas por figuras eurocomunistas como Santiago Carrillo y autores influenciados por el maoísmo. Se diferencian de los trotskistas en que no hacen un llamado a favor de revolución en los estados stalinistas; de igual manera, sus argumentos principales son hechos de formas menos sofisticadas.

Contra las tesis socialistas, los estatistas obreros argumentan que la nacionalización de los medios de producción por si solo no constituye el socialismo. Pero debilitan su caso al insistir que las nacionalizaciones stalinistas no son únicamente progresistas por si solas sino también son suficientes para hacer capaz la genuina socialización posible, sin más transformaciones de la base económica. Tales conclusiones sobresalen en el presente como salvajemente optimistas, a la luz del colapso de tantos regimenes stalinistas. Mas aun, nunca fueron el resultado del pensamiento de Trotsky, que comprendía muy bien que el atraso de la URSS y su aislamiento la hacia presa de las leyes del capital que operaban internacionalmente, y que las relaciones de valor aplicaban internamente a pesar de la propiedad nacionalizada. Para lograr la socialización, la URSS tendría que lograr un progreso económico cualitativo sobre el capitalismo. Los atrasos y crisis que en el presente son típicos de los países stalinistas invalidan las tesis de “estados obreros” tanto como lo hacen de “socialismo”.

Además, estas teorías encaran una devastadora contradicción. Posterior a la Segunda Guerra Mundial, el dominio stalinista se expandió a través de toda Europa oriental mediante la fuerza militar (y en varios países, notablemente la China, mediante la revolución armada). Estos nuevos estados con el tiempo adoptaron el modelo soviético, aunque en la mayoría de los casos se autodenominaban una nueva forma de democracia “nueva” o “popular”’ Es decir, reclamaban (al principio) no ser proletarios sino simplemente versiones mas democráticas del capitalismo, inclinándose hacia el socialismo. La mayoría de los teóricos de los estados obreros optaron por ponerle la etiqueta a los nuevos estados -- estados obreros “deformados” o “burocratizados”. Pero no habían sido estos estados establecidos únicamente sin revoluciones obreras; la mayoría fueron formados únicamente después de que los intentos de los obreros para controlar las fábricas y elegir consejos gobernantes habían sido aplastados por los stalinistas. Declarar tales creaciones “proletarias” con cualesquiera modificaciones son una afrenta ante la cara de la historia.

La etiqueta proletaria para los estados stalinistas no es otra cosa que un rechazo cínico de la conclusión marxista de que los estados obreros únicamente pueden ser establecidos mediante la actividad consciente de los mismos obreros: “la emancipación del proletariado es la tarea del mismo proletariado”. La concepción neo-trotskista también pone en cuestionamiento las enseñanzas de Lenin sobre el requisito de la conducción del partido de vanguardia en la revolución socialista proletaria. Los partidos stalinistas que habían tomado el poder mientras negaban que el socialismo fuera su intención es cosa que puede apenas considerarse vanguardia de la conciencia proletaria.

El principio de Marx sobre la autoemancipación obrera no es un dogma abstracto. Se deriva de su análisis del capitalismo: el sistema crea orgánicamente una clase cuya lucha inherente la obliga a derrocar al sistema y establecer el comunismo. Al traspasarle a otra clase esta característica proletaria, los teóricos de los estados obreros rechazan el entendimiento marxista del capitalismo como también de lo que es el stalinismo. En capítulos subsiguientes analizaremos las raíces materiales y las consecuencias prácticas de su concepto erróneo.

Las teorías del capitalismo de estado

Esta amplia categoría tiene varias subdivisiones. Los “ultra-izquierdistas” describen a la URSS como capitalista debido a que retiene formas capitalistas tales como el trabajo asalariado; ven al capitalismo soviético originando con la Nueva Política Económica (NPE) de Lenin en el 1921, o hasta mas temprano. Junto a los anarquistas que rechazan la teoría del estado de Marx, niegan la necesidad del estado obrero que retiene durante un tiempo rezagos capitalistas. Su teórico principal, Paul Mattick, niega que la ley del valor, la ley subyacente de movimiento de la sociedad capitalista, se aplica bajo el stalinismo. Por lo tanto, en la realidad su teoría es una de tercer sistema.

Una segunda subdivisión consiste principalmente de ex-trotskistas que no aceptan la categoría de estado obrero degenerado para ningún periodo de la historia soviética. Estos típicamente establecen que la restauración del capitalismo se dio con el primer Plan Quinquenal en el 1928, que inicio la política de industrialización forzada de Stalin y la expropiación del campesinado. Tony Cliff es el exponente principal de esta visión.

Igual a Mattick, Cliff cree que el valor no es el motor de las relaciones internas de la economía soviética. Rusia es igual a una “gran fabrica” gobernada internamente por la voluntad consciente de los gobernantes, y no por la anarquía del capitalismo competitivo. Las leyes de movimiento del capitalismo son inducidas a la economía únicamente mediante la competencia militar del Occidente, que impulsa a los stalinistas a llevar acabo una acumulación masiva de capitales. Al introducir la ley del valor únicamente desde el exterior, este argumento efectivamente rechaza que el sistema es capitalista en el sentido marxista, de ahí que en el fondo la teoría de Cliff sea una de tercer sistema

Otra corriente dentro de la estructura ex-trotskista fue la tendencia “Socialismo y Barbarie” en Francia durante los años de la Segunda Guerra mundial. Adoptaron el nombre “capitalismo burocrático” para la URSS y sus satélites, aunque mantenían que la ley del valor no era posible que se aplicara en un país donde la planificación había eliminado el funcionamiento inconsciente de la economía. Esta puede ser la formulación mas explicita de un “capitalismo” no-capitalista.

Un intento más fuerte a un análisis capitalista fue llevado acabo por la tendencia Johnson-Forrest dirigida por Raya Dunayevskaya y C.L.R. James en los EE.UU. durante los años cuarenta. Johnson-Forrest reconocieron que la ley del valor en la URSS era generada por el trabajo asalariado, lo cual es un punto fundamental de nuestra propia teoria. Pero similar a Mattick y Cliff, rechazaron la idea de que las formas capitalistas son inherentes al estado obrero. Además, veían al capitalismo de estado como el resultado de la “tendencia mundial hacia la centralización” aplicado a los EE.UU. y todas las economías capitalistas. Pensaban que la completa centralización de la economía norteamericana era posible sin la revolución proletaria, una posición compartida con varias tendencias ultra-izquierdistas (como con el “ultra-imperialismo” de Karl Kautsky). Un punto central de este libro es demostrar la inhabilidad del stalinismo para centralizar la economía y, por lo tanto, planificar científicamente lo marca como una forma de capitalismo.

Una tercera subdivisión de los estados capitalistas lo componen los maoístas que rompieron con la Unión Soviética posterior al repudio de Kruschev de la “línea proletaria” de Stalin. Ya que para ellos todo lo que es necesario para sobreponerse a circunstancias económicas desesperadas y lograr el socialismo es la línea correcta del partido, es igualmente lógico que un cambio de la línea partidaria pueda alterar otra vez su carácter de clases. Por lo tanto, los maoístas afirmaron que la naturaleza de clases de la Rusia “socialista” se revirtió al capitalismo con la muerte de Stalin -- sin el más mínimo cambio de las relaciones de clases o condiciones económicas; algunos razonaban igualmente para la China posterior a la muerte de Mao. La teoría idealista del capitalismo soviético de los maoístas en la realidad corresponde a un viraje oportunista de su línea política: hacia un acomodo con el imperialismo occidental. Que la URSS es capitalista y un “mayor peligro” que el Occidente era clave a esta meta.

Algunos ex-maoístas han reconsiderado, reaccionando contra tal desliz y contra la colaboración china con el imperialismo. Ya no se tragan el dictamen de Mao de que la URSS se convirtió en capitalista cuando Kruschev denuncio a Stalin., pero mantienen la concepción similarmente estéril de que la URSS tendrá que considerarse nuevamente socialista.

El Partido Comunista Chino originó la idea que el cambio de línea de Kruschev convirtió a Rusia al capitalismo, dejando a otros la difícil tarea de darle a su posición anti-materialista un apoyo teórico. Esto se logró principalmente al pretender que la descentralización de la economía soviética y la proletarización del estado habían comenzado únicamente posterior a la muerte de Stalin.

Charles Bettelheim fue el teórico maoísta más sofisticado y un escritor con una penetración genuina sobre la operación de las leyes del capitalismo en la forma estatificada. Pero su idealismo fundamental aplastó sus intentos de sostener cualquier remanente de un análisis marxista. Al principio de su obra de cuatro volúmenes sobre la URSS, insinuó que la “línea proletaria” había sido abandonada a finales de los años veinte cuando Stalin destruyó la alianza obrero-campesina encarnada en la NEP. Al final escogió rechazar la revolución tanto como la contrarrevolución (patéticamente ofreciendo muy poca justificación: un par de párrafos de un total de sobre 2,000 paginas). Ahora reclamó que la Revolución Bolchevique llevó al poder a “una facción radicalizada de la intelectualidad”, que la hacia “esencialmente una ‘revolucion capitalista’ conduciendo finalmente a la expropiación radical de los productores directos”. El método maoísta de determinar la realidad material afirmando la corrección de la línea partidaria, previamente utilizada para rechazar a los herederos de Stalin y después a los de Mao, lo condujeron de la misma manera al repudio de Lenin.

Mattick, Cliff y el resto, al rechazar el funcionamiento central de la ley del valor bajo el capitalismo de estado, de hecho definen un capitalismo sin un verdadero proletariado, la clase que produce el valor. Las versiones maoístas idealistas extienden este rechazo más aun: ya que la naturaleza del sistema depende de la voluntad de los gobernantes, los trabajadores se mantienen como una categoría moral (“los pobres merecedores”), y no como una clase autoactiva.

Teorías del tercer sistema

La idea de que el sistema soviético no es ni capitalista, socialista o en transición entre los dos constituye una visión de sentido común empírica sostenida por teóricos que están de acuerdo únicamente sobre lo que no es la Unión Soviética. Observan que obviamente la URSS carece de rasgos prominentes tanto del capitalismo como del socialismo. En oposición al capitalismo, no tiene la propiedad privada de los medios de producción y por lo tanto supuestamente ninguna competencia entre los diferentes capitales. En oposición al socialismo o al estado obrero, carece del poder político y la democracia de las masas.

Dado su análisis esencialmente negativo, los escritores “de terceros sistemas” naturalmente difieren sobre si las sociedades tipo soviéticas son progresistas comparadas al capitalismo que reemplazan. Versiones “progresistas” son ofrecidas por Rudolf Bahro, Paul Sweezy, y Humberto Melotti. Una versión anterior de la clase no progresista fue el “colectivismo burocrático” de Bruno Rizzi y Max Shachtman. (Originalmente Shachtman mantenía que el colectivismo burocrático era progresista; un importante artículo de su libro fue cambiado sin avisos para esconder este pecado del pasado.) Varias teorías “no-progresistas” han sido producidas por escritores de Europa Oriental, comenzando por Milovan Djilas. También existe una variante rara que describe a la URSS como una sociedad sin dinámica alguna, caracterizada por una carencia de cualquier modo de producción y por el predominio de un desperdicio sistémico.

Teóricos izquierdistas del tercer sistema encaran un peligro que, bajo presión de la opinión burguesa, vayan a decretar que el Occidente “democrático” es más progresista que el Oriente. El ejemplo clásico es Shachtman, que condujo una corriente completa del trotskismo al imperialismo occidental basándose en que los derechos sindicales prohibidos bajo el stalinismo son un asunto decisivo para la clase obrera. En el presente, los shachtmanistas dirigen varias alas de la burocracia sindical norteamericana y, en la misma medida, las operaciones internacionales de la AFL-CIO. En esta capacidad, ellos de forma beata ayudan a suprimir las luchas sindicales domésticamente y en el extranjero con el propósito de prevenir que los trabajadores socaven las ganancias capitalistas que son para la burocracia su interés material bajo el capitalismo.

La mayoría de las teorías de tercer sistema no presentan un análisis científico -- las leyes de movimiento del capital -- que justificarían el descubrimiento de una nueva forma de sociedad de clases. Tal vez la única versión que propuso las leyes de movimiento fue la de los marxistas polacos Jacek Kuron y Karol Modzelewski. Su “Carta Abierta al Partido” en los años sesenta, les gano la cárcel por abogar por el derrocamiento del régimen. A tal punto que su análisis es exitoso se debe a que es una teoría incompleta del capitalismo estatificado. Algunas ideas de su obra han sido incorporadas a nuestra teoría. Pero el resto tiene serios problemas de por si (capítulo cinco).

El descuido teórico de las concepciones de tercer sistema se ejemplifican por dos variantes opuestas. Una ve al colectivismo burocrático soviético comenzando a evolucionar pacíficamente hacia el capitalismo en el 1965 mediante profundas reformas económicas. La otra ve a la post revolucionaria pero todavía capitalista Cuba transformarse en colectivista burocrática bajo el dominio de Castro. Para un marxista, cualquier transformación debería significar que cualquier sociedad que pueda tornarse hacia o desde el capitalismo sin una revolución debe haber sido capitalista siempre. Lo mismo, por supuesto, aplica a las transformaciones actuales que han sufrido las sociedades stalinistas desde finales del 1989.

Un profundo fallo teórico de las teorías de terceros sistemas es que le ponen la etiqueta al sistema de no-capitalista mientras continúan llamando a la clase de productores “trabajadores” Sin embargo, el proletariado es una clase únicamente en relación al capital. Como lo manifestara Marx, “El capital presupone el trabajo asalariado; el trabajo asalariado presupone el capital”. Estos condicionan su existencia recíprocamente; hacen recíprocamente aparecer el uno al otro”. De hecho, cualquier relación de explotación requiere de dos clases específicas. Una clase sin propiedad que vende su fuerza de trabajo únicamente puede ser explotada por una clase que compra esa fuerza de trabajo, una clase de capitalistas -- esos que encarnan el capital.

Algunos sistematizadores terceristas han reconocido este dilema. Shachtman jugó con la idea de que los obreros soviéticos eran esclavos o “una nueva clase de siervos estatales” y no proletarios. Pero los obreros bajo el stalinismo se comportan como los obreros bajo el capitalismo. De hecho, en su levantamiento de junio del 1953, los obreros de Berlín oriental marcharon contra el régimen stalinista coreando “Somos obreros y no esclavos” Shachtman retrocedió a denominar a lo que son -- de esta manera rindiéndose al dilema que destruye la base de su o de cualquier teoría de tercer sistema. Los obreros de Berlín estaban en lo correcto: la esencia de su explotación es su contenido de trabajo asalariado, y no su forma superficial. Estos aclararon que las teorías de terceros sistemas permanecen cautivas en el nivel de las apariencias.

La teoría común

Con una variedad tal de teorías que describen al sistema stalinista, uno pensaría que alguna de ellas hubiese anticipado los cambios históricos fundamentales que se llevan acabo en el presente. Después de todo, la práctica consiste en la prueba de una teoría, y han ocurrido abundantes oportunidades prácticas para que los pensadores marxistas sometan a prueba sus ideas. De ahí es extraordinario, por lo tanto, que ninguna de las teorías estándares haya sido capaz de predecir, o aun explicar, la crisis corriente del stalinismo y su evolución hacia formas tradicionales de capitalismo.

Hace un par de años, un importante teórico lanzó un reto. Relacionado a las “sociedades pos revolucionarias”. Sweezy escribió: “No conozco a nadie que reclama ser capaz de analizar su desarrollo en términos de las “leyes de movimiento” del capitalismo. Nosotros si lo reclamamos; mas aun, demostraremos que con nuestro uso de las leyes del capital de Marx, pronosticamos el presente curso del stalinismo. Pero afuera de eso, Sweezy tiene razón: la mayoría de los marxistas ignoran las leyes de Marx, y, sin las leyes de movimiento, no es extraño que sus teorías no tengan una capacidad de pronosticar.

La omisión de las leyes de movimiento es especialmente deslumbrante de parte de aquellos que creen que el sistema soviético es capitalista. Como ya hemos notado, Mattick y Cliff, no reconocen la ley del valor como el corazón del sistema, y por lo tanto, sus análisis del capitalismo de estado no son más que teorías de tercer sistema bajo un mero disfraz marxistoide.

Las teorías de estado transicional también niegan las leyes de movimiento. Si estos estados fuesen verdaderamente estados obreros, veríamos, con el tiempo, la planificación consciente reemplazando las leyes ciegas del capitalismo. Pero la noción de “post capitalismo” sostenida por Mandel y otros afirma únicamente que los estados stalinistas son progresistas con respecto al capitalismo -- no se reclama que llevan acabo un desarrollo progresista cualitativo. En términos de Mandel, la transición hacia el socialismo en los estados obreros burocratizados se encuentra “congelada”. Debería proseguir que sin una dinámica interna no puede haber nada transicional en ellos; no pueden ser estados obreros en nada. La teoría de Mandel es internamente consistente si se considera una teoría de tercer sistema posicionada entre el capitalismo y el socialismo.

Por lo tanto, y en efecto, las principales teorías del sistema soviético se reducen todas a una categoría: a un tercer sistema ni capitalista ni socialista. Mas aun, postulan un modo de producción que no genera las leyes de movimiento del capitalismo o cualquier otro; se gobiernan mediante decisiones centrales, y no leyes ciegas. Por lo tanto, no puede haber ninguna razón inherente para su estancamiento y colapso, ningún conflicto de clases fundamental. La crisis de todo el sistema puede ser causado únicamente por mala planificación u opresión.

La concepción de un stalinismo estático tiene serias consecuencias políticas. Una sociedad cuyo movimiento interno no obliga cambios fundamentales ofrece muy poca esperanza para el socialismo. Las masas se pueden rebelar contra la penuria y el despotismo, pero no son impulsadas a desarrollar formas revolucionarias de autoorganización y adquirir conciencia socialista.

En contraste, el análisis de Marx del capitalismo es que es una sociedad cuyo desarrollo y cambio se motoriza por la lucha de clases. Este movimiento conduce a crisis y decadencia, por un lado, y al fortalecimiento de la conciencia y organización del proletariado, por otro lado. Las leyes de movimiento impulsan al proletariado tanto para resistir la explotación como para preparase así mismo para gobernar; los consejos de poder dual (o soviets) de toda revuelta de la clase obrera en este siglo confirman esta incitación. Esta es la razón para el optimismo característico del marxismo revolucionario.

La ausencia de confianza revolucionaria en el proletariado es la clave de la selección universal de un análisis de tercer sistema bajo tantos disfraces seudo marxistoides. El programa contra el stalinismo ofrecido por los sistemizadores terceristas (y estado capitalistas y estatistas obreros) -- la “democracia revolucionaria” -- es en la realidad no revolucionario. Consiste de una respuesta parcial a la opresión pero no es una respuesta a la explotación. Contribuye a la creencia de que el proletariado consiste únicamente de victimas heroicas y manipulables que son capaces de buscar justicia -- pero no el poder. (Veremos ejemplos ilustrativos en el capitulo ocho.) Tal análisis va de la mano de un indiscutible cinismo tocante no únicamente al stalinismo sino también al capitalismo ordinario.

El marxismo de clase media

La actitud derrotista hacia la capacidad revolucionaria de la clase obrera es una enfermedad sintomática de la visión social de los estamentos de la “nueva clase media” que ha surgido dentro del capitalismo durante el último siglo. Esto no se debe a que la mayoría de los izquierdistas proviene de las clases medias (aunque es cierto). Mejor dicho el problema consiste en que, clase media o no, mantienen una visión de clase media del mundo, primordialmente debido a las derrotas que ha sufrido la tradición comunista auténticamente proletaria. O, como el tendero pequeño-burgués tradicional, consideran la lucha corta cuello entre capitalistas suprema. O, como muchos estamentos de la intelectualidad, ven la sociedad dominada por poderosas fuerzas del proletariado y la burguesía y buscan controlar al estado como su centro de poder independiente de las dos clases principales.

Los marxistas de clase-media creen que el socialismo requiere de un rechazo de las consideraciones de base material que corrompen la sociedad capitalista. Lo que es necesario es el “nuevo hombre socialista” y mujer que ya se han sobrepasado a la avaricia y el materialismo de antaño. Claramente los capitalistas no son capaces; igual los proletarios, que se ven obligados a raspar una existencia, son altamente ineligibles. El socialismo requiere gente avanzada y socialmente consciente -- planificadores, científicos, teóricos, etc. -- en una palabra, la clase media económicamente desinteresada. Relacionada a este punto de vista es la noción de que el marxismo tiene que ser llevado a los trabajadores por los izquierdistas clase-media, una idea supuestamente derivada de Lenin (ver el segundo capítulo). La versión del marxismo clase-media del socialismo consiste de una sociedad gobernada por los benévolos sobre los ignorantes.

Por supuesto, la gente que se considera marxista no es consciente de las raíces de clases subyacentes a tales ideas. Que lanzan sus programas como tareas proletarias demuestra que no tienen ningún deseo a favor de un mundo mitológico dominado por pequeños negocios. Para la mayoría, su meta consiste de alguna forma de democracia donde la estabilidad es lograda mediante los poderes de contrarresto de instituciones de masas controladas por trabajadores o el “pueblo”. A pesar de sus intenciones, caben en el mismo molde que los liberales que luchan contra los monopolios al romper trusts o mediante la descentralización. Ambos propugnan el control local -- o en su forma obrerista, el control a nivel de base de la fábrica -- a contrarrestar la democracia al poder del estado gigantesco.

La superficialidad de esta visión se puede apreciar al máximo durante periodos revolucionarios, los izquierdistas de clase-media, confrontados por el gran poder que es capaz de ejercer el proletariado, terminan suplicándole a la autoridad de los viejos gobernantes. De esta manera los mencheviques en el 1917 se mantuvieron al lado del gobierno provisional burgués de Rusia, los socialdemócratas alemanes en el 1919 aplastaron a los obreros en beneficio del capital, el Partido Comunista francés en 1968 probó ser el defensor de última instancia de De Gaulle -- aun los dirigentes anarquistas españoles en el 1936 unieron sus fuerzas al aparato estatal burgués. Reclamando oposición al poder concentrado de los obreros, terminan en los brazos del estado burgués antiobrero. Como observase una vez Trotsky, aunque los alegados marxistas ignoren el desarrollo dialéctico del capitalismo, eso no significa que la dialéctica los ignore a ellos.

Durante años recientes una renovada crisis del capitalismo ha reconfirmado la urgencia del autentico comunismo. El proletariado ha hecho sentir su poderosa presencia alrededor del mundo. Como respuesta, los izquierdistas de clase-media han alentado a la rebelión de los trabajadores -- pero han trabajado exhaustivamente para desviar los intentos hacia la independencia de clases y los han atado a sus engañosos dirigentes socialdemócratas y stalinistas. Por ejemplo, en Polonia, consejeros izquierdistas fueron decisivos en llevar la revolución del 1980-1 a la “auto limitación”. En Inglaterra, en vez de desenmascarar al Partido Laborista que ayudó a enterrar la huelga de los mineros británicos, la izquierda se sumergió más profundamente dentro del mismo. En los EE.UU., cuando Jesse Jackson percibió astutamente el descontento de las masas y trabajó demagógicamente para acorralarlas dentro del capitalista Partido Demócrata, la izquierda dos veces ayudó de manera ardiente la campaña de entrampamiento.

Los esfuerzos más mortíferos de la izquierda se dieron en el tercer mundo. En Chile ayudaron a prevenir que el proletariado rompiese con el régimen frentepopulista de Allende que preservó a los militares burgueses con todo su poder intacto. En Irán, la izquierda fue decisiva en el convencimiento de la clase obrera de que la Republica Islámica de Jomeini era un paso necesario en la lucha contra el imperialismo -- cuando de hecho condujo directamente a una derrota cuasi-fascista. En Nicaragua, los izquierdistas sandinistas contuvieron las luchas anti-capitalistas de los trabajadores y campesinos en un intento inútil y desastroso para congraciarse con el imperialismo norteamericano.

Para el reavivamiento del marxismo, la fatigosa idea de que el comunismo es una utopía, que la clase obrera ha probado ser incapaz para la revolución, debe avandonarse. Ella no es otra cosa que un grito a favor del orden por las asustadas clases medias, amortiguadas temporeramente por el reavivamiento post guerra del imperialismo pero que ahora sienten la presión de las crisis y fuerzas de clases que se encuentran fuera de su control.

Este libro

Nuestro análisis del stalinismo se basa en el trabajo marxista previo. Como ya hemos indicado, cualquier entendimiento se ve obligado a comenzar con el análisis de Trotsky de la degeneración del estado obrero soviético en los años treinta. Otros (James/Dunayevskaya, Kuron/Modzelewiski) tomaron pasos hacia el entendimiento de la naturaleza específica de las relaciones de propiedad capitalista bajo el stalinismo. El impulso decisivo para nosotros repensar las teorías previas ha sido el reavivamiento de las revueltas obreras de los años sesenta: notablemente la gran huelga general francesa, la continúa resistencia de los obreros en los países stalinistas (como en la revolución cultural china), y los alzamientos de los guetos negros en los EE.UU. Estos eventos nos convencieron de la posición central del proletariado en la sociedad moderna y nos obligaron a buscar restablecer su posición central también en el marxismo.

Para probar nuestro análisis del stalinismo como capitalismo nos vemos obligados a elaborar tres temas fundamentales. Son: 1) que la posibilidad del capitalismo estatificado fluye de la teoría marxista del capitalismo; 2) que la clase dominante se formó a partir de la decadencia de la burocracia estatal y partidaria del estado obrero soviético de los años veinte y treinta; y 3) que los estados stalinistas post Segunda Guerra Mundial exhiben las leyes de movimiento del capitalismo en sus operaciones.

Este libro se organiza históricamente pero no siempre cronológicamente. Traza el desarrollo de las teorías marxistas del capitalismo y el stalinismo y como surgieron estas de la misma realidad histórica. Por supuesto, para cada cuestión abordada, tenemos también que contrastar nuestro análisis con las malas interpretaciones estándares.

El primer capítulo presenta la teoría del valor de Marx como la ley subyacente del sistema que determina sus apariencias superficiales. Demostramos que el valor es inherente a cualquier sistema que se basa en el trabajo asalariado -- contrario a la suposición común de que no se aplica a la economía (sobre todo, a la estatificada) monopolista. De igual manera, al discutir las crisis capitalistas presentamos una interpretación de la ley de la tasa decreciente de ganancias de Marx que mas tarde es aplicada a las economías stalinistas.

El segundo capítulo extiende estas leyes para demostrar que las contradicciones del capitalismo conducen hacia la época del imperialismo y decadencia. La nueva época produjo dos perspectivas proletarias cuyas entrelazadas relaciones raramente son comprendidas: la teoría del imperialismo de Lenin y la teoría de la revolución permanente de Trotsky.

El tercer capítulo presenta la teoría marxista de la transición al socialismo como la utilización de los bolcheviques de la misma como guía para la revolución obrera rusa. Enfatizamos la inevitabilidad de las formas burguesas en el estado obrero transicional, contrario a las nociones prevalecientes de que tales estados o son “post capitalistas”, por un lado, o necesariamente no proletarios, por otro lado.

El cuarto capítulo analiza las etapas de la contrarrevolución stalinista, demostrando tanto su destrucción práctica de los avances obreros como su corrupción ideológica del marxismo. Refutamos la noción de que la política de industrialización forzada de Stalin a principios de los años treinta abolió la ley del valor. Al contrario, se consolidó una nueva burocracia capitalista ya para finales de la década. En este capítulo también tomamos bajo consideración con bastante profundidad la teoría en desarrollo del stalinismo de Trotsky.

El quinto capítulo es el capítulo fundamental del libro, este ilustra porque la burocracia stalinista es capitalista y como las leyes de movimiento operan en el capitalismo estatificado. Las “violaciones” del valor del stalinismo reflejan las inherentes en la época de decadencia del capitalismo; las distorsiones de los métodos capitalistas normales son determinadas por los remanentes del estado obrero que usurpó.

El sexto capítulo examina el impacto del stalinismo sobre la política mundial. Extendemos la teoría de la revolución permanente a tomar en cuenta la derrota masiva sufrida por la clase obrera durante la Segunda Guerra Mundial. Reconsideramos la concepción de la época imperialista y retamos las teorías de la “nueva época” desarrolladas bajo la influencia del boom económico post guerra. Finalmente, explicamos que el imperialismo soviético es un componente subordinado pero esencial del imperialismo mundial.

El séptimo capítulo examina la degeneración del movimiento trotskista, con una atención especial a las teorías del capitalismo y stalinismo post guerra que se desarrolló a su interior.

En el octavo capítulo examinamos el sistema soviético en el presente, espectacularmente en declinación. Evaluamos la campaña de reforma de Gorbachov y otras propuestas de la burocracia, la clase media reformista, y las organizaciones obreras. Esto conduce a una sección final sobre el programa revolucionario para los países stalinistas.

A través del libro, de todos los teóricos que criticamos, Ernest Mandel y Tony Cliff toman el primer lugar. Ellos son los más completos: sus posiciones sobre la cuestión rusa están vinculadas al análisis del capitalismo en su totalidad. Esto se debe a que son los dirigentes de tendencias internacionales que reclaman las banderas del trotskismo y tratan de establecerse así mismos como los dirigentes de las luchas obreras. Aparentando atacar al viejo reformismo desde la izquierda, tienen el potencial para atraer a los mejores elementos de nuestra clase.

Seria un desastre de proporciones histórico-mundiales si la clase obrera seria impedida de nuevo de alcanzar la conciencia marxista que desesperadamente necesita. Para prevenir que ocurra es necesario limpiar al marxismo de sus corrupciones stalinistas, socialdemócratas y centristas. En la presente etapa de la historia, las fuerzas stalinistas que mantenían al capitalismo mundial vivo durante medio siglo están colapsando. Al retomar el proletariado el centro del escenario, los marxistas de clase-media son la única fuerza capaz de albergar esperanzas para continuar desde donde finalizaron los stalinistas. Pero la base material para sus ilusiones también colapsa. Este libro es un esfuerzo para proveer una base teórica, programática y, por lo tanto, práctica para guiar al movimiento de la lucha de clases que ahora comienza a surgir.

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